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LA INQUISIOIÓN

Viviendo,- pues, en este medio, · los Inquisidores

no sólo no procuraron atajar el mal, sinó que, por

el contrario, bien ·pronto se contagiaron con él en.

un país que, como se expresaba Alcedo, ((parece

que bien pronto hace á uno judío>>. Y si en

m1

prin-

- cipio los ministros del Tribunal se enviaban de Es–

paña: más tarde, cuando por economía se eligieron

de entre los mismos eclesiásticos peruanos, es fácil

comprender que, por lo mismo, menos dispuestos

habrían de manifestarse á reaccionar contra un sis–

tema que entraba por mucho en los hábitos del

puehlo. .

Por más depravados que fuesen los I

nquisidore

s,

es lo cierto que por el mero hecho de· desempeii.ar

ese puesto, se creían con derecho, como la práctica

lo confirmaba, á más elevados puestos, si cabe, co–

mo eran los obispados. Desde Cerezuela, que re–

nunciaba una oferta del Rey en ese sentido, á Ver–

dugo, Mañozca, Gutiérrez de Zeballos y hasta el

apoc¡:¡,do é

inf~liz

Zalduegui, que babia comprado el

cargo y para quien, por su inutilidad, su colega

Abarca rec·lamaba una mitra, todos ellos pretendían

ese honor como la cosa más natural.

El apego que siempre manifestaron al dinero,

salvo eontadas excepciones, jamás reconoció límites,

·considerándose el .cargo de inquisidor tan seguro

medio de enriquecerse que, como sabemos, se com–

praban los puestos de visitadores, como después hu–

bieron de venderse en almoneda pública hasta los

destinos más ínfimos.

Su ·puesto lo utilizaron bajo este aspecto, ya

comerciando con los dineros del Tribunal, ya partien–

- do

con los acreedores el cobro de sus créditos, ha–

ciendo para ello valer las influencias del Santo Ofi-