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tA INQUISICIÓN
muriendo, por fip, como habían vivido: tales fueron
·los ministros que con nombre del Santo Oficio estu–
vieron encargados de mantener incólume la fe en
los dominios españoles de la Améric.a del Sur.
Con todo, es innegable que el Santo Oficiq, cuyo
sólo nombre hacía temblar
á
las gentes, fué quizás
de puro miedo generalmente aplaudido en América.
«El Tribunal santo de la Inquisición, decía ·el re–
putado maestro Calancha, poco más de medio siglo
después de s'u establecimiento en la ciudad de los
.Reyes, es
á1~bol
que plantó Dios para que cada rama
extendida por la eristiandad fuese la vara de justicia
eon flores de misericordia v frutos de escarmiento.
El que primero · ejercitó e"ste oficio fué el mismo
Dios, cuando al primer hereje, que fué Caín ... Dios
le hizo auto público condenándolo
á
traer habito
de afrenta, como acá se usa hoy el sambenito per–
pétuo».
«El primer inquisidor que sostituyó por Dios fué
Moisés (continúa el mismo autor) siendo su subde–
legado, que mató en un día veinte y tres mil herejes
apóstatas que adoraron el becerro que quemó>>.
1
Un siglo cabal después de estampadas las anterio–
res palabras, 'otro escritor no menos famoso en Lima
que el que acabamos de citar, el docto·r don Pedro de
Peraha Baróuevo, declaraba, por su parte, que aquel
Tribunal «fué un sol á cuyo cuerpo se redujo la luz
que antes vagaba esparcida en la esfera de la reli–
gión. Es ese santo Tribunal el propugnáculo de la fe
y la atalaya de su pureza; el tabernaculo en que se
guarda el arca de su santidad; la cerca que defiende
la viña de Dios y la torre desde donde se descubre
1.
Crónica moralt:rada,
Barcelona, 163g,
pág.
616.