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EN EL RÍO DE LA PLATA

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cío, ya imponiendo contribuciones, ya captando

herencias de los mismos procesados, y, sobre todo,

con el gran recurso de las multas pecuniarias y con–

fiscaciones impuestas á los reos de fe, de las cuales

pingunas tan escandalosas como las que sufrieron

los portugueses apresados en 1635 y que pagaron

en la hoguera el delito de haberse enriquecido con

su trabajo; siendo tanta su avaricia que, como ejem–

plo y norma de lo que después estaba llamado á su–

ceder, recordaremos el caso de uno de los fundadores

del Tribunal, que según el testimonio de su mismo

secretario, se murió de pena por habérsele huido

dos esclavos.

Los casamientos ventajosos realizados á la som–

bra del nombre inquisitorial, los remates ele rentas

reales verificados por interpósitas personas, todo lo

utilizaban á fin de allegar caudales.

Desunidos entre sí y tan enemistados que vivían

perpétuamente odiándose; altan8ros con todo el mun·

do, comenzando por sus mismos dependientes; ven–

gativos hasta no perdonar jamás al que cometía el

atrevimiento de denunéiarles ó siquiera expresarse

mal de ellos; ocurriendo siempre al arsenal de sus

archivos para encontrar ó forjar rastros hasta de. los

más recónditos secretos de quienes se proponían

perseguir; clesempefíando sus oficios con tanto des–

cuido que difícilmente podría hallarse, según lo

acreditan los expedientes de visita, una ·sola causa

tr~mitada

conforme á su código ele enjuiciamiento;

habiendo comenzado por hacer:-5e ocliosC?s y terribles,

para concluir en el más absoluto desprestigio y bur–

b;

secundados por gente siempre á su altura, por

su espíritu de venganza, ignorancia, avaricia

y

di–

solución ele costumbres; crueles hasta lo increíble;