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LA

INQUISICIÓN

con,1o se sabe, en

1610,

se segregó del distrito que le

fué primitivamente asignado las provincias quepa–

saron á formar el de Cartagena, el territorio someti–

do á su jurisdicción resultaba siempre enorme.

Según desde un principio pudo comprobarse, los

obispos, sin embargo,, no recibieron . en general con

aplauso el establecimiento de la Inquisición en sus

respectivas diócesis, bien fuera porque así se les cer–

cenaba considerablemente su jurisdicción, ó porque

con el curso del tiempo pudieron cerciorarse de que

en sus ministros sólo podían encontrar verdaderos

perseguidores de su conducta, cuando no gratuitos

detractores.

Bajo este aspecto, el Tribunal no se andaba con

escrúpulos, pues donde quiera que notase el más

mínimo síntoma de enemistad, ele mero descontento,

ó de simple falta ele aprobación de sus procederes,

jamás dejaba ele encontrar en sus archivos, ó de

forjar, para el caso, informaciones que rebosaban

. yeneno

1:

destinadas á enviarse al Consejo de Inqui–

sición ó al Rey, por medio de sus jefes inmediatos.

No sólo

<:--1

infeliz reo que después de ser peniten–

ciado se desahogaba quejándose del modo como

había sido tratado ó de la poca justicia que se

usara con él, estaba st1jeto á caer en primera opor–

tunidad ele nueve> bajo el látigo inquisitorial, pero

los que por algún motivo cualquiera, aunque fuese

el mismo decoro del Tribunal, ajado y pisoteado por

la avaricia

ó

vida escandalosa de sus miembros,

creían oportuno dar aviso al Consejo de Indias ó al

de Inquisición, y hasta los mismos prelados que en

cumplimiento de sus deberes se Yeían en el caso

de formular la más ligera indicación que pudiera

contrariar los planes ele los Inquisidores: eran ele-