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~N

EL RÍO DE LA PLA'l'A

quien la asalta; el redil donde se guarda la grey ca–

tólica, para que no la penetren el lobo del erro·r, ni

los ladrones de la verdad, esto es, los impíos y he–

rejes, que intentan robar á Dios sus fieles. Es el río de

la Jerusalén celeste, que saliendo del trono del Cor–

dero, riega con el agua de su limpieza refulgente el

árbol de la religión, cuyas hojas son la salud del

cristianismo. Sus sagrados ministros son aquellos

ángeles veloces que se envían para el remedio de

las gentes que pretenden dilacerar y separar los sec–

tarios y los seductores: cada uno es el que con la es–

pada del celo guarda el paraíso de su inmarcesible

doctrina, y el que con la vara de oro de la ciencia

mide el muro de su sólida

firmez~>>.'

Pintando el beneficio que llegara á realizar en las

v~stas

provincias sujetas á su jurisdicción, aquel

Ct'onisla agregaba: «A los Inquisidores, más bene–

méritos del titulo de celadores de la honra de Dios

que Finóes, debe este Perú la excelencia mayor que

se halla en toda la monarquía y reinos de la cris–

tiandad, pues ninguno se conoce más limpio que

éste ele herejías, judaísmos, setas y otras zizañas

que siembra la ignorancia y arranca ó quema este

Tribunal, siendo su jurisdicción desde Pasto, ciu–

dad junto la equinocial, dos grados hácia el trópico

de cancro, hasta Buenos Aires y Paraguay, hasta

cuarenta

grado~

y

más hácia el sur, con que corre

su jurisdicción más de mil leguas norte sur de dis–

tancia, y más de ciento leste oeste, en lo más estre–

cho, y trescientas en lo más ext.endido. Todo esto

ara y cultiva la vigilancia deste Santo Tribunal y el

incansable cuidado de sus Inquisidores)); y aunque,

1.

Relación del auto de fe, etc., Lima, 1733.