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LA INQUISICIÓN

de ese modo vejados, que encontraban muchas ve–

ces término en el suicidio más cruel, ya desangrán–

dosel ahorcándose de un clavo, privándose

9e

todo

alimento y hasta, lo que parece increíble, tratándose

de ahogar con trapos que se metían en la boca. Y

acaso lo que hoy parezca quizá más horrible á 'nues–

tras sociedades modernas, llevándose la saña contra

ellos, no sólo á dejar en la orfandad

á

sus familias,

privando á sus hijos de los bienes que les debían

corresponder por herencia de sus padres, sinó, vién–

dose junto con ellos, condenados á perpétua infamia

por un delito que jamás cometieron.

No necesitamos consignar aquí cuantos de los

condenados eraH realmente locos, ni cuantos pare–

ce que lo fueron siendo inocentes, según la misma

relación de sus causas, porque el lector bien habrá

de comprenderlo.

La observación más notable que

á

nuestro juicio

pudiera establecerse respecto de los delitos de los

pro.cesados, es la que se deduce de la manera como

se castigaban los que delinquían contra las costum–

bres y los que pecaban contra la fé. Así, Francisco

Moyen que negaba que faltar al sexto mandamiento

fuese un hecho punible, recibió trece años de cárcel

y diez de destierro, y el sacerdote que ejerciendo su

ministerio abusaba hasta donde es posible de sus

penitentes, llevaba una mera privación de confesa

rado por esto como b.rujo, estuvo encerrado tres meses en los cala–

bozos de la lnq uisición. «Serta imposible, agrega Melle!, formarse

una- idea del estado

lastimo~o

á

que estaba reducido ese desgracia–

do éuando salió de la prisión

y

de las torturas que en ella habla

sufrido. El ·mismo no se atrevta

á

referirlas, limitándose á contestar

á

los que le interrogaban, que se había justificado: lo que habla de

positivo era que se le hubiera tomado por un esqueleto escapado

del sepulcro.»

'Voyages dans l'

Aménq.ue

'}1éridwnale,

pág.

120.

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