EN EL RÍO DE LA PLATA
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cada
baj~l
para averiguar hasta las palabras que
hubiesen pasado durante el viaje; no podía impri–
mirse una sola línea sin su licencia; los prelados,
Audiencias y oficiales reales debían reconocer y re–
coger', según las leyes reales, los libros prohibidos,
conforme á los expurgatorios, y, en general, todos
los que llevasen los extranjeros que aportasen á las
Indias.
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Bien se deJa comprender que á la sombra de las
disposiciones que dejamos recordadas nadie vivía
seguro de sí mismo, ni podía abrigar la menor con–
fianza en los demás, comenzando por las gentes de
su propia casa y familia; pues, como de hecho suce-
. dió en muchas ocasiones, el marido denunciaba á la
mujer, ésta al
m~.rido,
el hermano al hermano, el
fraile á sus compañeros, y así sucesivamente; en–
contrando en el Tribunal, no sólo amparo á las de–
laciones más absurdas, sino aún á las que dictaban
la venganza, la envidia y los celos. Ni siquiera se
excusaba el penitente que iba buscando reposo á la
conciencia á los piés de un sacerdote, pues, como
· declaraba con razón el agustino Calancha, sus
c~n
tinelas y espías eran todas las religiones y sus fami–
liares todos los fieles.
2
·
El pueblo que por sus ideas ó creencias no podía
resistir su establecimiento, en general no..hizo nada
para
sustr~erse
de algún modo á las pesquisas de
ese Tribunal; pero, no así la Compañía de Jesús,
que no sólo supo dentro de la disciplina de sus
miembros encontrar recursos para el mal, sinó que
también llegó hasta atreverse
á
invadir el campo de
1.
Leyes
7
y
14
del titulo
22,
libro I de las de Indias,
2.
Co1·ónica morali;rada,
pág.
62o.
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