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EN EL RÍO DE LA PLATA

71

cada

baj~l

para averiguar hasta las palabras que

hubiesen pasado durante el viaje; no podía impri–

mirse una sola línea sin su licencia; los prelados,

Audiencias y oficiales reales debían reconocer y re–

coger', según las leyes reales, los libros prohibidos,

conforme á los expurgatorios, y, en general, todos

los que llevasen los extranjeros que aportasen á las

Indias.

1

Bien se deJa comprender que á la sombra de las

disposiciones que dejamos recordadas nadie vivía

seguro de sí mismo, ni podía abrigar la menor con–

fianza en los demás, comenzando por las gentes de

su propia casa y familia; pues, como de hecho suce-

. dió en muchas ocasiones, el marido denunciaba á la

mujer, ésta al

m~.rido,

el hermano al hermano, el

fraile á sus compañeros, y así sucesivamente; en–

contrando en el Tribunal, no sólo amparo á las de–

laciones más absurdas, sino aún á las que dictaban

la venganza, la envidia y los celos. Ni siquiera se

excusaba el penitente que iba buscando reposo á la

conciencia á los piés de un sacerdote, pues, como

· declaraba con razón el agustino Calancha, sus

c~n­

tinelas y espías eran todas las religiones y sus fami–

liares todos los fieles.

2

·

El pueblo que por sus ideas ó creencias no podía

resistir su establecimiento, en general no..hizo nada

para

sustr~erse

de algún modo á las pesquisas de

ese Tribunal; pero, no así la Compañía de Jesús,

que no sólo supo dentro de la disciplina de sus

miembros encontrar recursos para el mal, sinó que

también llegó hasta atreverse

á

invadir el campo de

1.

Leyes

7

y

14

del titulo

22,

libro I de las de Indias,

2.

Co1·ónica morali;rada,

pág.

62o.