EN EL RÍO DE LA PLATA
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presbítero, y el único que habíaeñtonces en laAsun–
cíón, de donde era natural, se denunció en 1594 por
una carta al Comisario de Tucumán, y en 1596 al
Tribunal y luego ante el delegado del Santo Oflcio de
la Asunción; «y continuando en su declaración dijo
que confesando en su casa, como era uso
y
costu m–
breen la ciudad de Santa Fe, en el mismo acto de la
confesión había aco·metido á cinco indias, y que á
otras dos indias que son ya muertas, en el propio
acto de la confesión las acometió>), etc.
A pesar de sus. denunciaciones, Ortiz tuvo que
hacer el viaje á Lima, donde se presentó en Febrero
ele 1600, <<y en sus confesiones, refieren los Inquisi–
dores, pareció un hombre demasiado de escrupuloso,
y
para mandarle traer por sólo su denunciación mil
leguas de camino, no habiendo testificación contra
él, como no la había, ni la hobiera jamás sí él no se
denunciara, hubo mucha eluda en la consulta en
que se mandó
y
á algunos les pareció mucho rigor
supuesto que él se denunciaba y que no era caso en
que se había ele reconciliar.»
Con algunos de estos frailes se dispensó habérse–
les notificado las sentencias ante los curas y prela–
dos de las Ordenes, porque, según expresaban los
Inquisidores, <<como han salido tantos religiosos ansí
desto Orden de San Francisco como de la Merced y
clérigos ele San Pedro de aquella proví ncia de Tucu–
mán, llamados por solicitantes, pareció que no se hi–
ciese con éstos por la duda que puede haber en los
testigos, por ser indias,
r
y
por el honor ele las relí-
r.
Es un hecho sorprendente lo que manifiestan estos documen–
tos acerca de la mortalidad de las indias en aquella época, pues
no siendo ninguna de las testigos mujer de edad, casi todas no po–
dían más tarde ratificarse,
á
causa de haber ya muerto cuando se