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LA INQUISICIÓN

cuyo peso todo vin o así á gravitar sobre Corro Ca–

rrascal.

P udo al fin embarcarse el visitador el

8

de junio

de 1654, cuando Salas y P edroso hacía tres meses

á que había sido ascendido á inqu isidor, quedando

en su lu gar Tomás de Yega, hombre enfermo ya por

ese entonces y destinado á perecer pronto ele tristísi–

mo mal. r

SaJas y Pedroso manifestaba sor un homore ex–

perto, pero amigo sólo de fij arse en pequefl eces,

2

y

tantas muestras de hallarse en absoluto dominado

por s u colega comenza ba á dar, qu e, en \rista ele su

debilidad ele carácter, el Consejo hubo de escribirle

para que proceCliese en su oficio con entereza, sin

dejarse arrastrar siempre del parecer de Corro Ca–

rascal. 3 P ero , como era el e esperarl o, despu és de esta

reprimend a ,· Salas trató ele echarla de hombre ente–

ro

y

ya no hubo forma en lo ele adelan te do acordar–

los en sus pareceres, el e modo que las cau sas salían

siempre en _discordia y los presos se eterni zaban en

las cárceles mientras ll egaba de Es pana la resolu–

ción del conflicto .

E l segundo inqui sid or aparecía así, además de

débil, como testarud o, mientras que el decano Corro

Carrascal, áspero de condición y deseoso ele especu–

lar con los dineros del Tribunal, recibía la recomen-

1.

i\l.urió de llagas en la garganta .. .

2.

Privó, por ejemplo, al alcaide qu e estuviese en una ocasión

asomado al balcón, viendo unas fiest as de toros; después, que

ju gase con los demás oficiales

y

por entretenimiento los d ías festi–

vos, etc.

3. «.M.i natural, decía en la resp uesta, aceite tiene

y

vinagre,

y

de

a mbos suelo usar.» Carla de

25

de julio de

r655.