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hacerlo, por el gran cuncurso de gente, pues lo necesa–

rio

que se había de traer de la Parroquia para el en–

tierro fué preciso entrarlo por los techos, estando con

soldados las puertas, y al rededor del cajon donde esta–

ba la sierva de Dios, cuatro sargentos con alabardas pa–

ra apartar la gente. En fin concluyóse el entierro rez3t–

do, con harto trabajo, como se deja entender con la mul–

titud del concurso de la gente, con notable pena de·to–

das sus hijas, y mia en particular; no solo por ser mi

amantísima madre; sino tambien por el cargo en que

,me dejó, y por no poderla honrar como yo deseaba, y

la sierva de Dios merecia. Y digo que rra.rcho mas de lo

referido

pud~e:r

decir, sin ponderacion alguna.

CAPITULO XXIX.

DE

~OS

PRODIGIOS QUE OBRÓ DIOS POR

ME~IO

DE SU

SIERVA DES·PUES DE ENTERRADA.

Con lo sucedido que r efiero en el capítulo anteceden–

te y la quema de su vida, deseábamos honrarla con to–

da solemnidad, y asi despues del entierro pasados algu–

nos días, pasé á solícitarlo y que se predicase su vida

en sus honras,

y

entónces los confesores que estaban vi–

vos escribieron algunos cuadernos con algunos apuntes

de su vida, y los trajeron para este fin: con los cuales

se juntaron todas las declaraciones que hicimos noso–

t r as sus hijas, y muchas persorias de fuera, como legal–

mente va escrito en los capítulos pasados, y así para ha–

cer el sermon todo se lo entregué al muy Reverendo '

P adre calificador Fray Gregario de Quezada del Orden

de San Francisco, al cual se lo llevó Dios derepente,

teniendo en su poder los cuadernos para predicar el

sermon, en dichas honras de la sierva ele Dios. Y ha–

biendo sabido la acelerada muerte, fuí yo con el suste

á San Francisco, hice llamar al Padre :Fray Pedro Gui–

sa,

y

hablé con su Paternidad acerca de los cuadernos;

y

me dijo dicho Padr e, que no me cansara, que todo lo

t ·