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282 - ·

88. "'La gran ley de la obediencia

es

nuestra

alnltt~

nuestra vida, nuestra fuerza

y

nuestra gloria.

San Ig-–

nasio

decia-deben dejarse llevar cual si juer(l un cadáver

conw

el

báculo que sirve al antojo de un anciano.

Se

ha

J.netido con estas palabras mucho ruido,

y

no se ha

.comprendido su sentido,

ó

s,e le ha desfigurado estra–

ñalnente-Debo sentar aqui un gran principio, que

~1o

es del dominio estrecho de la humana filosofia,

sino que es propio de la fé. A Dios consagra el

r~li­

ji

oso s

u obediencia: Dios· la acepta,

y

se obliga en

(;

ier.to

n1odo

á

dirijir

y

gobernar, por medio de una

autoridad siempre presente, las acciones del que quie–

re

y

debe obedecer. l)ios vive, Dios obra

y

dirije en

]a iglesia las funciones de todo el cuerpo, y señalada–

lnente las de la jerarquía. Esta jerarquia divina

y

no

humana, constituye, aprueba, insl)Íra los reglamentos

y

los superiores de las órdenes relijiosas: por manera

'1

ue la obecliencia de cada uno, por una idea de fé tan

cierta como pura, debe subir

á

la autoridad del mis1no

:Pios. Yo obedezco

á

Dios;. yo veo

á

~ios~

y

oigo en

1ni superior al n1ismo

J. 0:

tal es n1i fe práctica, tal

el

sentido de

:nli

voto de obediencia. Vosotros no

lo

con1prendeis,. espíritus soberbios."

89.

RESPUESTA.

Mal camino llevaba el injenuo

y

can–

doroso padre·Ravignan para engolfarse en el absolutis-·

n1o de

Ja

obediencia; pues arrebatado por

el

entusias-·

n1o llegó

á

decir-"desengañado de

]as,

quirnel'as de:

]a independencia, tenia

8ed de obedecer,

con1<}

el asilo

salvador, donde se pr0tejiese la dignidad de hombre

y

asegurase la posesion de la verdadera libertad.'' ¡La

obediencia el asilo de la dignidad del ho1n.bre!

¡Dat~·

la obediencia la posesion de la verdadera libertad!

Ningun hombre debiera hablar así d.e

su

li.b~rtad

y

dignidad, ni decir como el padre jesuita-'"la gran ley

de la obediencia es n Llestra alma., nuestra vida,. il.u.es-·

tra fuerza

y

nuestra gloria.n

Por honra

á

la djgnidad humaRa; ñab]emos' con

:nuestros lectoJres en otro lenguaje. Si el ho1nbre se·

halla dotado de libre albedrío, ha de ser para poner-–

lo· en ejercicio racionalmente, y de ninguna manera.

para degradarlo: Dios no le ha dado para esto. liber–

t{tct

Las leyes divinas

y

las hun1anas le ponen condi–

eionos

para reglarla,: pero respetandola, lejos

de pre-·