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apuro,
y
hacer pron1esas
á
que
de~pues
faltaban . .Y es–
to desde el principio, recuérclenlo nuestros lectores–
"no somos religiosos sino escolares-somos regulare¡¡;
no absoluta sino condicionalmente-Lnuestras casas no
son profesas sino colegios-nuestra sociedad no es de
J
esus, sino del nombre de
J
esus.» Despues vinieron,
no nos cansemos de decirlo, vinieron los doctores con
sus fun
estos libros, para enseñar á perseguir, á calunl–
niar,
á
n1at.arilnpune y lícitamente,
y
demas que han
visto l
os lectores,
y
que seria increíble
<:Í
no·estar do–
cumentado. La historia no podrá hablar de lo que rto
ha sonado ni se ha visto, de lo que ha pasado en el
interior de los colegios de la compañia
y
en las confe–
rencias
y
consultas,
y
sobre todo én
el
confesonario.
.Dios lo sabe; pero los ho1nbres podemos repetir las pa–
labras de
J.
C.-por sus frutos los conocereis: el árbol
rnalo no puede dar frutos buenos.
N
ue~tros
lectores tie–
nen no poco adelantado en el conocilniento de los
re–
verendos padres; no merecen que se les
defien~a.
··
ARTICULO XVIT.
Defensa de Pascal ..
§
l.o
190.
Digámoslo otra vez: trabajar la defensa
y
jns–
ti.ficacion de Pascal, es demostrar las graves faltas de
los escritores jesuitas en la laxitud
y
arrojo de sus doc–
trinas. ¿Quién no tiene noticia de las
cartas provincia–
les?
¿Cuántos han dejado de leerlas
y
aplaudirlas sino
los vencidos en ellas? Obra pequeña en su ·volú1nen,
pero de un mérito imponderable,
elJ.
que se hallan reu–
nidas todas las condiciones que se han prescrito para
una buena composicion-lógica, convencimiento, per–
suasion, sublimidad, gracia'
y
aun chiste. Obra envi–
diada de talentos harto célebres ya por sus propias
producciones,
y
proclamada por el
esqui~ito
gusto de
Boileau, como superior
ú
todas las obras de antiguos
y
modernos. Si la lectura de las
Cartas provinciales
no
inspira ahora el int0i·és de las circunstancias que pa–
saion
ya;
será
prec~sam~nte
por
habe1~
llei?-ado
eumpli~