·_ ·gg-
do al Legado, que la fuerza
y
la violencia de algunos
de sus co-hermanos "lo habían obligado; que él no
<e
era dueño de hacerse obedecer
y
de obligar á sus
«
religio~os
á
someterse
á
la constitucion;
y
que cuan–
ce
do él estuviese fuera de Pekín, la observaría."
Ello es que los jesuitas pusieron en ridículo al Papa
y
su Legado, que tuvo que abandonar á Pekín. [156]
1
§.
39
327. Al llegar á este punto, preguntamos
á
nues–
lectores-¿han dejado de espantarse de la inquietud
y
discordia de los jesuitas? ¿Nuestra prévia adverten–
cia ha disminuido su espanto;
y
la relacion no ha cor–
respondido
á
la advertencia? ¡Estraña gente! que ha–
ciendo profesion de vida perfecta,
y
prestando vo–
to de obediencia
á
sus superiores,
y
otro especial de
o,bediencia al Romano Pontífice, así lo acreditaban en
su conducta, como si hubieran ofrecido todo lo con-
trario. El amor
y
]a concordia entre 9ristianos,
y
J11U-
. ,
cho mas entre religiosos, es el signo característico de
ser discípulos de
J.
C. Tambien San Pablo ha dicho
á
los corintios en su primera carta-si
alguno se mues-
tra contencioso, ni nosotros ni la Iglesia de Dios tenemos
tal costumbre:
palabras qne ocasion almente escritas
para un caso particular, envuelven un sentido aplica-
ble á todos los casos,
y
del que se ha hecho uso opor–
tunainente. En esta virtud, los inquietos, díscolos,
inobedientes
y
perturbadores no tienen el espíritu
de San Pablo, ni el de la Iglesia,
y
no merecen lla–
mm·se
Compañia de J esus.
328. El sábio Leibnitz, uno de los primeros taJen–
tos que han honrado
á
la humanidad, no era por cierto
enemigo de los jesuitas: al contrario, reconocía gran
mérito en ellos; creia que se les hacían imputaciones
de cosas falsas
y
aun inéptas,
y
que entre ellos había
muchos varones distingu,idos; pero confesaba al mis–
mo tiempo, que algunos babia tambien desenfrena–
dos, los que
á
cualquier precio,
y
usando de medios
indecorosos, sei·vian .á su órden; Jo que siéndoles co-
12