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Toda persona despreocupada é in1parcial dirá, al

leer el pasaje anterior, que en la relacion se presen–

tan dos personas, una la del capitan, y otra la del P.

jesuita,

á

quien aquel pedía que fuese de procurador

· y

médico espiritual, y á cuya peticion se _negó dicho

padre jesuita, para evitar las calumnias, que los es–

pañoles y portugueses acostu1nbraban levantar á los

misioneros, prestándose solo en el caso de ser lla–

mado

{i

confesar á los enfermos y heridos. Los seño–

res Muriel

y

Funes discurrían así-"si el autor del

diario se

confie.sa

capitan, no se habia de escusar de

ir en el egército;''

y

nosotros, con nuestros lectores, dis–

currirélnos de otra manera-si el autor del diario se

escusab~:?-e

ir con el egército, n¿ se confesaba capitan.

El P. .t1enis contestaba á la peticion del capitan,

quien deseaba que el misionero fuese de procurador

y médico espiritual, diciendo, que de su parte prome–

tía ir al punto, si era llamado,

á

confesar á los enfer–

mos ó heridos-si

unusquis de exercitu g·raviori decum–

beret in intinere morbo, aut prosterneretur vulnere, advo–

laturum me illicó, si vocent ad expiationen promissi.

Sin duda tenia muy presente el P: Henis, que en la

batalla perdida por los reverendos n1isioneros, y ga–

nada por Antequera, no fué bastante _decir, que los

padres Du:ffo y Rivera iban de capellanes del egérci–

to, pues cayeron prisioneros dirigiendo las disposi–

ciones de la guerra;

y

procuro quizá enn1endar el-vo–

catus ivi.

Hacían mucho n1érito los mencionados señores de

que "la palabra

ductorem

era una falsificacion de¡¡;afo–

rada, igualmente vergonzosa que desvergonzada;

y

que si Ibañez, era el autor, á la falta de vergüenza

añadía la falta de memoria, pues en el reino jesuítico

pone

ductor,

quizá porque remordiénclole la concien-

-cia, quiso dar satisfaccion

á

tamaña infamia." Pero.

en vano son tantas palabras rebuscadas para zaherir

á Ibañez, cuando la tra.duccion, que era lo único suyo,

no se presta al cargo hecho, co1no acaban de verlo

los

lectores. No hay justicia ni prudencia en atribuir á los

editores de un escrito las faltas cometidas por los ca-