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administraban sus misiones, y las contínun,s compe–
tencias que les suscitaban. El Rey mismo tenia que
solicitar la cooperacion de estos misioneros para lle–
var
á
efecto algunas de sus medidas, que no siempre
los hallaban dispuestos
á
segundarlas. Así sucedió
con el tratado de límites de
17
50, que fué preciso anu–
lar por la tenacidad con que se opusieron
á
la eva–
cuacion y entrega de los pueblos fundados en la mar–
gen oriental del Uruguay. Tenemos originalmente en
nuestro poder la cédula, por la cual el Rey rogaba al
P. provincial del Paraguay,
á
que ·concurriese
por su
parte
á
la ejecucion de dicho tratado, usando de los
términos mas comedidos, no como acostumbraba con
sus
s~1bditos,
sino como si tratase con iguales. Esta re–
sistencia despertó un levantamiento en las misiones,
y
obligó al gobernador de Buenos-Ayres,
á
ponerse de
acuerdo con las autoridades portuguesas, para impe–
dir que el fuego de la insurreccion se propagase
á
los
demas pueblos. Por mas que los jesuitas protestasen
de su ninguna injerencia en estos tun1ultos, no lo–
graron justificarse.''
De modo que el censurador de Ibañez ha reco–
mendado sin quererlo el testimonio de éste, desa–
créditando su propia censura. Luego no intrigó con
Valdelirios, no fué impostor; "los padres de la com–
pañia
~jercian
un influjo desmedido en sus misiones,
el :Monarca no los trataha como
á
súbditos sino co–
mo
á
iguales;" y queda comprobadFt la existencia del
reino jesuítico de1 Paraguay.
§.
49
288. CDmo el citado Ibañes se refcria, para probar va–
rias de sus aserciones, al diario del P. Henis, que pu–
blicó y tradujo dellatin al cast ellano; el señor Funes
apoyado en la autoridad de Muriel, que fué jesuita
hasta el momento de la estincion de la compañia, se
empeña en desacreditar al primero con estas palabras:
-"Ibañez virtió primero al castellano las efemeri–
des de Henis, ilustrándolas con varias notas,
y
des-