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i:nncho de la inclemencia. del clima
y
ferocidad de
las hordas salvajes, que en su mayor parte la pobla–
ban, fueron en cambio expléndidamente remunera–
dos, de un modo que sobrepasó sus esperanzas, con
t.oda clase de beneficios, consiguiendo acumular en
un tiempo, relati van1ente corto, inmensos bienes.
Los servicios que prestaron
á
la causa de la civi–
lizacion fueron muy insignificantes· desde que man–
tenían
á
los indígenas en completa ignorancia, redu–
cidos
á
la condicion de esclavos, y para mejor explo–
tarlos alejados del trato y comercio de los demas
hombres.
De los pueblos que formaban eran los alcaldes, cu–
ras, jueces
y
ejecutores de las sentencias, así en lo ci–
vil como en lo criminal, por manera que tenian en·
sus manos la administracion temporal
y
religiosa,
contrariando la máxima de Jesucristo de no ser su
reino de este mundo.
Faltando
á
su carácter religioso,
y
apartándose
abiértamente de la mision de paz que trajeron, estos
falsos apóstoles, movieron feróz guerra
á
los portu–
gueses,
y
por su culpa, se anegaron en sangre las
orillas del Paraguay
y
del Amazonas.
Trataban de potencia á potencia con las autorida–
des españolas;
y
dueños de pingües establecin1ientos,–
de millares de esclavos, de millones de cabezas de
ganndo, su audacia creció, al par de sus riquezas
y
poderío, llevando su ternerario arrojo hasta estorbar
la ejecucion del tratado de límites entre España
y
Portugal, celebrado en
1,750
entre ambas potencias,
anwtinando los indios para defender siete de sus
principales pueblos de las misiones de Guaraníes,
que conforme
á
las estipulaciones hPchas, había que
ceder en cambio d.e la colonia del Sacramento.
Esta conducta, de manifiesta rebelion, juntamente
con elrnenosprecio con que trataban los jesuitas
á
los ministros reales
y
superiores seculares; la
á
va..