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ra Re habían multiplicado las ocupaciones del convento
grande, que al decir de Torres, las doce horas del día
apenas eran suficientes para satisfacer cómodamente
las obligaciones conventuales del
córo~
misas, fiestas,
entierros y varios concursos públicos
dentro
y fuera
del claustro; así es que á los Lectores y Estudianr.es no
les quedaba tiempo para dedicarse con preferencia al
estudio y
á
los ejercicios literarios.
Tentáronse varios medios para proveer en forma
debida
á
esta necesidad. Considerólo con la prudencia
que el caso requería el P. Mtr. fray Alonso Pacheco, y
viendo que con el trascurso del tiempo habían de cre–
cer más y más las ocupaciones y trabajos de todo gé–
nero, siendo Provincial por segunda vez, determinó
fundar un Colegio, totalmente separado del Convento,
donde los escolares desembarazados de las ocupacio–
nes conventuales, pudieran entregarse del todo al no–
ble cultivo de las
ciencias~
y hacerse ministros idóneos
para la predicación evangélica, y enseñanza de las le- .
tras sagradas.
Suscitáronse al principio no pequeñas dificultades,
pero todas fueron finalmante vencidas, gracias a la
sagacidad y buen gobierno del memorable P. Alonso
Pac.heco.
Hallábase situado nuestro célebre Colegio al norte
de la ciudad, cerca de la ribera del Rimac, entre el
hospital de San Pedro y el Monasterio de Santa Clara,
en la calle que atraviesa desde el hospital al río. Reci–
bí{) el non1bre de San Ildefonso en memoria de su ilus–
tre fundador ya citado padre Alonso Pacheco, y
lo
fundaron en tan apartado lugar del convento grande.
por estar próximo á la lJniversidad, y por ser lugar
algún tanto retirado del bullicio de la capital, nada
apropñsito para dedicarse al estudio.
Comprendía esta famosa Academia, primeramente
una hermosísima iglesia, de cincuenta varas de longi–
tud y diez de latitud; toda ella de bóveda de
«lazer~a
muy vistosa>> como la describe· el padre Torres. Su ca-
zo