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Solo el que proclama los principios de
insub~rdinacion
y
liber–
tinaje, puede calificar por un acto de
degradacion
y
envilecimiento
someterse .
á
la disciplina de la confesion
(l). No hay accion mas
noble, mas heroica, ni mas moral de cuantas puede practicar, no
digo el cristiano, sí tambien el filosofo, el hombre racional. Ella
solo repugna al despota, solo fastidia al licencioso, solo es maldecida
por el libertino, porque es el freno de sus pasiones degradadas, la
muerte de sus vicios
y
errores,
y
el sepulcro de su orgullo
y
tira–
nia. Solo el cristiano, el verdadero filosofo ilustrado por la razon
y
por la fe, que se remonta sobre la corrompida atmosfera de las ·
pasiones, sabe apreciar en su justo valor el heroísmo
y
la nobleza
de esa accion. La fe, ese rayo de luz que se desprende del sol de la
verdad eterna
y
eleva al hombre
á
la contemplacion del mundo ín–
visible, le descubre su degradacion por el vicio
y
la rehabilitaeion
á
su dignidad por la confesion . En este instante el hombre man–
chado por la culpa grave se considera, cual ser envilecido
y
des–
honrado, objeto de horror para si, juguete de las befas
y
del des–
precio para el mundo moral,
y
ante Dios el blanco de los tiros de
su divina justicia. Y al otro n1omento, postrado
á
los pies de un
en1bajador del cielo, con una fe
y
esperanza que desarman el brazo
del Omnipotente, con un
an:~.or
y
confianza que ínclinan su mano
justiciera
á
benclecirle
y
con una humildad contrita
y
una fortaleza
he~oica
que rompen cadenas
y
ponen en terror
á
todo el infierno,
ese pecador penitente por la confesion
y
la absolucíon es convertido
en objeto de las complacencias divinas
y
en un modelo de admira..
·cion é imitacion de los hombres.
¿Qué pasa en aquel momento solemne? Las cadenas infernales
con que el pecador estaba aherrojado, quedan rotas, el demonio
sale de su ahna, ciérrase el infierno, se abre el cielo; su nombre se
inscribe de nuevo con letras de oro en ellibeo de la gloria ; se le
(
1)
Ensayo.
cap.
IX.
pag. 66.