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la dicha de pertenecer
á
la Iglesia ca tolica, en•la ciue exclusiva–
mente se hallan los consuelos de la vida
y
la eternidad.
«
Hijo mio
(le dirá en eLsecreto de la confesion), sois una mezcla de grandeza
y
de pequeñez; si elevais vuestra cabeza al cielo, vuestros pies
tocan la tierra : en vos se encuentra el gérmen de todas la3 virtu–
des
y
de todos los vicios. Sois dos hombres distintos, que siempre
están en guerra : voy
á
poneros en vigilancia contra el hombre
enemigo que solo aspira
á
degradaros.
>>
¡
Cnán importantes son
estas lecciones! De cuántos escollos ]e libran! Cuántas acciones im–
prudentes, cuántas omisiones pecaminosas, cuántas faltas ponzo–
iíosas previenen!
Revelada la conciencia del penitente á ese sabio preceptor por la
confesion, su mirada perspicaz
y
previsora conoce las funestas ten–
dencias de aquel corazon, columbra sus peligros, palpa las tinieblas
que rodean
á
aquel entendimiento;
y
con celo apostólico derrama
luz ilustradora, desata los sofismas de la incredulidad, disipa las
preocupaciones de la heregia, desvaneee las ilusiones de las pasio–
n~s,
orilla los artificios de la seduccion,
y
le señala la senda de mo–
ralidad
y
virtud, que debe conducirle
á
la deseada felicidad. Los
solícitos desvelos de un
Padre,
á cuya sombra se ha acogido, ponen
cima á esa ventajosa regeneracion con derramar el balsamo de la
dulzura
y
el consuelo sobre las penas
y
quebrantos de aquel cora–
zon, que necesitaba espacirse y aliviarse, confiando su dolor y tris–
teza
á
la piedad paternal que le correspondiera
y
que por su saber,
por su cariño
y
por su tierna caridad realzase
y
sostuviese su valor
pusilanime, amparándole, ilustrándole
y
dirigiéndole, con afectuosos
conseJOS.
El
último
efecto de ese íntimo conocimiento por la confesion
tiene relacion con el porvenir. Un hombre que acaba ele llorar sus
extravíos, que ha edperimentado su debilidad
y
ha descubierto los
lazos ocultos
y
los emboscadas de sus enemigos, no puede ya con–
Hará la lígereza de
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