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fallecimiento (

1) .

'Ni eran blasfemos

y

propaladores de doctri.nas

absurdas los fieles de la primitiva Iglesia, cuando imploraban los

meritos de los santos Martires en alivio de sus penitencins, de que

nos habla..n con tanta frecuencia Tertuliano, San Cipriano,

y

todos

los monumentos históricos de aquella época, verdaderamente evan–

gelica

y

apostolica. Estaba reservado á los

ilustrados

reformistas la

enseñanza de la doctrina absurda

y

blasfema, de que

la sola fe

humana, fruto del espíritu privado, era el

único medio

de impetrar

la remision de los pecados á culpa

y

pena.

Concuerda perfectamente la fe con la razon aun bajo este res–

pecto penitencial

y

satigfactorio, en que acabamos de considerar el

sacramento de la Confesion. Los conatos de reparacion de las ofen–

sas, las pruebas mas expresivas

y

costosas con que el pecador trata

de manifestar su gratitud

y

dar una satisfaccion al Padre de las

úlisericordias, que acaba de perdonarle al hijo penitente

l~s

inju–

rias recibidas, son unos brotes de la justicia

y

del amor, que ger–

minan en un corazon hu1nano

y

racional

y

pagan una deuda con–

traída. La indiferencia

y

la insensibilidad en presencia de los bene–

fícios son los funestos á la par que inequívocos restos del estado de

salvajez de un alma. Un deudor, á quien conmutándole el acreedor

una suma ingente en una n1ódica saLisfaccion, no se mostrase

agradecido

y

puntual en su cumplímiento, seria uno de esos

abortos 1nonstruosos, que la naturaleza arroja de su seno por inso–

portables.

Dios nos ha prescrito la obligacion de la penitencia satisfactoria,

aun despues de la remision de la culpabilidad

y

de la pena eterna,

como un rasgo providencial de su bondad

y

de su .solicitud por

nuestra salvacion. Ha querido hacernos comprender la grandeza de

las ofensas para que les cobremos mas horror,

y

con la pequeña

participacion de las aflicciones que les son debidas n1ídamos la in.

(!)'l.

Pelr., c.

l )

v.

W.