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' ponerse que haya olvidado de hablar de una doctrina tan inte–

''

resante. Por

lo

que si habló de la remision de los pecados

y

no

))

de la confesion, es claro que la confesion está excluida de las

'' condiciones necesarias para obtener el perdon ... Repetimos : el

1J

no haber hablado Jesucristo, ni los Apostoles, de la confesion,

»

cuando debián

hablar de ella, es otro argumento

positivo

contra

''

la confesion (

1.).

»

A

nuestro Doctor pudieramos aplicade aquí aquella célebre

sentencia, que

á

sus correligionarios dirigía el imparcial protestante

Daniel:

e

Se prefiere tragar un elefante ateo, antes que una mosca

»

catolica.

»

¿Qué le importa al Sr. De Sanctis devorar uno tras

otro los absurdos mas vergonzosos,

y

desacreditar al Dios salvador

y

á sus santos

y

distinguidos Discípulos, mientras pueda impugnar

los dogmas catolicos

y

seducir á los fieles,

y

siempre con el ar'te

reprobado de la mala fe? Aun cuando Jesucristo no hubiese ha–

blado

á

sus Apostoles de la confesion

en el último discurso que les

hizo antes de subir al cielo,

que relata San Lucas, ¿se podria ase–

gurar en buena lógica que

la confesion de los pecados que se ordena

en la Iglesia romana, no tiene fundamento en la palabra de Dios?

¿Por ventura toda la palabra de Dios está contenida en ese último

discurso, relatado, por S. Lucas en el cap. 24.? ¿Quién le ha auto–

rizado al Sr.

Ministro italiano

para imponer al Hombre-Dios el pre–

cepto obligatorio de haber de hablar especialmente de la confesion

en el último discurso

qu~

hizo

á

los Apostoles,

y

a

estos en los lu–

gares que él pretende? Si no lo hubiesen hecho, ¿seria este silen–

cio un

argumento positivo

contra la confesion? ¿,Cuándo

y

en qué

nacion lo

negativo

es

positivo,

la negacion afirmacion? Por lo demas,

al gran talento del Dr. De Sanctis no se le podia ocultar, que no es

él solo el que lee la sagrada Biblia,

y

que por consiguiente había

de ser descubierta la estudiada omision, que aqui hace de

los últi-

(1)

Ensayo,

p.

27, 31

y

32.

.

'•