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Por tanto procuraré dar mas amplitud á la ilustraci on
de este punto, para desembarazarle de toda oscuri–
dad. Ante todas cosas, es preciso no olvidar
lo
que
dejamos dicho y repetido en órden á lo que real y
· verdaderamente debe entenderse por santa sede, y
por iglesia romana. Los obispos de Roma en todos
los negocios impo¡;tantes ¡;e creyeron siempre obli–
gados á 'consultar su clero, y nada hacían sin conse–
jo de sus principales miembros y dignidades, á los
cuales en casos espinosos y difíciles reunían tarnbien
los curas de los campos, formándose con esto el sí–
nodo diocesano. Congregaban
á
menudo los seis
obispos de la metrópoli, distinguidos con el título de
obispos cardenales, ó principales entre los otros obis–
pos de las diez provincia,s suburbicarias que compo–
nen el patriarcado de Roma; y .aquellos obispos fre–
cuentemente convocados por él papa componían re–
gularmente cada año, al menos por diputacion, su
concilio ordinario. En los mejores siglos de la
igl e~
sia, dice Fleuri,
discurs.
7.
0
,
fu é-comun persuasion de
los oliispos que la disciplina no podía mantenerse
sin concilio; y mucho despues de haber desapareci–
do tan hennosos di as, aun mostráron los papas ejem–
-plos de la antigua costumbre,-convocando ordinaria–
mente un concilio en cuaresrrta y otro en el mes de
Noviembre, como sucedió bajo Leon IX, Alejandro
JI,
y Gregario VII, es decir, en el siglo XII. Con ser
este último papa nimi amente celoso de su autoridad,
nada hacia sin concilio; y que tal haya
s~do
la prác–
tica constante de lqs demas, es cosa que no niegan
los qt¡e con mas ardor ¡;¡e empeñan en defensa del
poder pontificio. Holstenio dice: "Hasta los menos
versados en la historia eclesiástica sabe,n que cuan–
do algun negocio grave se ofrecía á la sede apostóli–
ca, ó _á otra de las grandes sedes, era de la antigua
costumbre, no solo convocar el clero de la cit•dad,
sino llamar
á
concilio
á
los obispos vecinos, para de-
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