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J

conesponde de derecho la de los concilios generales

de toda la iglesia. En la de Francia, despues que co·

rnenzaron á r-eunirse concilios naci0nales cou áni–

mo·de oponerse á las pretensiones de la curia roma–

na, se lia seguido la antigua costumbre, y nunca se

ha tolerado que presidiesen los legados del papa: el

presidente ha sido ó el metropolitano mas antiguo,

ó.

el que elegían los obispos, ó el que el rey nombra–

ba, como se ve en los sínodos celeiJrados durat:Jte los

reinados de Carlos VI, Luis XI y Luis XII. Esta

costumbre nace del órden natura1 de las cosas; pues

siendo ciertísimo que el papa no tiene derecho á con–

voear concilios provinciales

ó

nacionales fuera de

su provincia ó patriarcado, tampoco debe tenerle á

presidir estas asambleas. La calidad de primado no

lleva consigo sino el derecho de presidir los sínodos

de la iglesia universal: pero esta presidencia no es

de absoluta necesidad;

y

á

falta del papa, ó en el ca–

so que se niegue

á

concurrir, pueden los concilios

elegir presidente, ó ser presjdidos por el primer obis–

po despues del pontífice romano.

.El quinto concilio

general fué

celeb

rado sin la presencia del papa Vigi–

lio, que no

qui.so

asistir; y hay doctores católices

que sostie

nen qu

e los tres primeros concilios ecu–

ménicos se celebraron sin la presidencia del papa ni

de sus legados. El concilio de Efeso fué presidido

por

san Cirilo; y el de Nicea, segun parece, lo fué

por el obispo Osio. Como quiera que sea, aunque

los concilios puedan elegir su

presid~nte,

y ser legí–

timos sin la concurrencia del papa, porque no reci–

ben de este sino del mismo Jesucristo toda su auto–

ridad, siempre será cierto que el derecho ordinario

de presidir pertenece á la cabeza de la iglesia, al pri–

mer obispo, al sucesor de san Pedro; por cuya cau–

sa la iglesia, fuera de .algunos casos extraordinarios,

conservó siempre este ®recho al pontífice romano.