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[ 22$

J

sus decisiones,

y

mils particularmente á la sede apos–

tólica, como la primera del mundo católico. Asi que

podemos repetit· con seguridad que aquella

~ostum­

bre es consecuencia del principio de unidad,

y

no pri–

vilegio especial de ninguna iglesia particular. La re·

sistencia de la de Roma poclria en ciertos casos ha–

cer dudosa la ecumenicidad de un concilio; pero por

la misma causa resultaría igual efecto de la resisten–

cia de la de Francia, ó de cualquiera otra iglesia in–

signe é ilustre. Léase sobre este punto la defensa

de Bossuet tantas veces citada,

y

se encontrarán en

ella los ejemplos mas luminosos de esta doctrina.

§.

XXIII.

En fin puede decirse que no es propiamente unn

confirmacion la que da el papa

á

los co.ncilios gene–

rales, sino mas bien una especie de aceptacion so–

lemne, por la cual asegura á la iglesia de su vig·i·lan–

cia

y

solicitud respecto de los decretos en ·ellos esta–

tuidos. Como que el papa es en virtud de su prima–

cía depositario de _los cánones,

y

ejecutor de las de–

cisiones é intenciones de la iglesia uni·versll!l, la cual ·

no pudiendo permanecec

constan~etuente

reunida,

descansa sobre la solicitud de los obispos,

y

con •par–

ticularidad del primero de todos, que es el gefe del

órden episcopal; se requiere especialmente su .acep–

tacion, á fin de que inserte los cánones en •el código

de la iglesia romana, Jos promulgue,

y

mire por •su

observancia, no solo en calidad de príncipe tempo–

ral, sino tambien como cabeza

y

primado de toda la

'iglesia. En e l mismo sentido fueron antiguamente

confirmados .algunos

•con~ilios

por los emperadoues.

Eusebio cuenta que Constantino confirmó los ·decre–

tos del de Nicea, "confirmando

y

sancionando las

resoluciones decretadas por el sínodo (1)." Para el

( 1) Confirmaos, et saociens ea,

qu~e

a

synodo dccrota fueraut.