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uen ·que en adelante se contmiga.n los matrimonios b¡¡jo de
ciertas
condicione~,
y
no tAcitas
~ino
espresas, no tienen Jos teólogos
que censura.r, sin o revocando sus prin cipios y sus ¡•espuestas.
E l haber entre nosotros el recurso de l divorcio
qnoad tlwr-u1n
ct wlwbitationem,
no
bast~t
á
evitar los males, pues hai en tal di–
vorcio nna puerta abierta p ara otros, y con los cuales se cuenta
para evitar el
escándalo
del divorcio. Si el
divorcio
en el sentido
integro de la palabr<t, ó importando la disolucion del vincu lo
matrimonial, no bastaba
á
precaver todos los males, creemos
que precavel'i<t la mayor parte ; porque contrayéndose un nue–
vo matrifnonio, se verian esposos en vida maridable, y no cada
cual por su lado en punible ayuntam iento. ¿En cual de estos
rasos gana 6 pierde la moral,
y
gana ó pim·de la sociedad?
Si fuese com•eniente ocurri¡·
>1
la historia. de los t iempos pa–
sados, citada la Jei del Ernpemdor Justino, quien sin embnrgo
de desenr, que el ma.trimonio fuese perdurable, y no pudiese
disolverse ni aun por wu tuo conven io, y despues de haber em–
p leado amonestaciones
y
amenaz<ts con los esposos, tuvo por
fin que establece¡· la diso(ubilidad po1· consentimiento mutuo.
Llegó á ·convencerse el príncipe, de que " un odio violento es
casi incol'l'ejible ; mucho mas sab iendo, que los consortes se po–
TIÍau acechanzas,
y
empleaban el veneno y otros medios mortí–
feros-" Puede leerse su
~ei,
que se encuentra entre las Nove–
las de Justiniano, y es la 140. ¿Se dirá que tales crímenes perte–
necían
á
otws tiempos? Responderé entonces con la sentencia
de Séneca-los
crímenes son de los lwmbns, no de Los tiempos.
Y ¿no
vale mas prevenir Jos males, que aguardnr á que ap a"ezcan,
para hacer una enmienda saludable? He tratado largamente
de este punto en una nota de la Disertacion l S·en la primem
parte, donde cité varias leyes de los P rincipcs : añ,ídase "la No–
vela 22 de Justiniano.
Por lo que lutcc al proyecto
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una simple observacion
basta para conocer la utilidad ele esa medida, deseada por una
parte de los mismos regulares. Y ft·ancamente, ¿nuestros re–
gulares, salvas las debidas excepciones, son verdademmentc
regulares? ¿Son pobres todos ellos &a. &a.. y se ven e'n sus per–
sona~,
otros tantos modelos de penitencia y vida mowística?
Nfui<iejos de escandalizarme, deseo mas bien que se coloquen
bajo de un aspecto, que no dé idea de gmnjeria
y
negociacion
para pasar
Jn.
vida humn,na,
y
aparezcan en una posicion so–
cial,
á
que no conclucc en nuestro siglo la cmision de votos mo–
násticos. Y las personas que se hallan violentas, ¿no merecen
los consuelos de la sociedad,
y
qu e el Gobierno
~hra
la puerta
del
convento
á
las que quie1·an salir? Y supuesto el derecho