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y del reino, y absófvió
á
los pueblos de la fidelid-ad· qü·e le
habían prometido. Observaron varones piadosos, que al
decir misa, baj aba una paloma del cielo, descansaba en sus
homb1•0s, y estendia su s alas para cubril·le la cabeza; con lo
t¡ue se daba á entender, que en el réjimen de la Iglesia era
conducido por el Espíritu Santo." l'ocos habrá, que no se
I'Ían de esta leyenda; pero los eclesiásticos
la
repasan todos
los años, para <;:o ntarla
á
los fieles.
Con igual espíritu se hace alarde de referir en la fiesta dé
Santo _Tomas d e Cantorberi, que fu é acérrimo defensor de
la inmünidad eclesiástica, y que la defensa de ella le acarreó
el martitio; para que al leer esto los eclesiásticos, cobren
bríos en el sostenimiento de sus inmunidade.s, y bagan re–
sistencia
á
los g-obiernos hasta el _martirio, si fuese necesario.
En el oficio de San lVlarceld está inserta la fal sa decre–
tal, en que se-supo'ne, que " no es lejítimo ni válido
~ingun
Concilio' que se celebre sin la
au~oridad
del Papa." En el
de San S ilvestre se dá -por cierta la confirmacion del Con–
cilio N iceno por ese P 'ontífi ce; lo qlle está Jesmenticlo de
muchos modos. Se in tercala tambien otra J ecretal apócri–
fa, en que se ordena, que ningun lego pueda
acus.ará un
~lérigo,
ni el clérigo ser citado ante un juez secular. En
1gual caso se hallan las falsas. decretales, que se han adop-
. tado en las lecciones de San A niceto, San Soter y Cayo,
en las
"de
San Pio
y
San Anacleto, ·y en las de San Marcos
y
San Evaristo. De suerte que, aunque Roma confi esa,
que spn fal sas dichas decretales, las mano a leer, para que las
sepa y conserve el cler'o, y las g rabe en su memr>ria y en su
corazon, á la par de los Salmos,
y
otras palabras de la Santa
Escritura.
14.
CetiSttTa
previa
de
libros.
Censura previa en nuestro siglo es una palabra de anacro- .
nismo. La censura previa en asuntos políticos sería el acto
mas odioso de despotismo; y no puede desmerecer este nom·
bre, si la exij.ieran los pástores eclesiásticos. Si h L"lbiera de
hacerse excepcion
á
favor de la Iglesia, se entregarían las
11acioncs
y
sus gobiernos al pe>der,
á
las prision es de la Cu–
ria Romana, consentirían en su humillacion, y tendríamos
que confesar
avergonzado~,
que en vano se había Lrabajado
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