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DISERTAGION VIII.

DE LAS FALSAS DECRETALES.

l.

Imposto1·es.

A quí está el oríj en del mal. La I glesia cristiana se rejía

por los preceptos y consejos y máximas del Salvador, y por

las reglas establecid as oportunamente por los apóstoles y

sus sucesores.

Pero como si no bastára la verdad para

conservar l a obra de J esucl'isto, quisieron añadir su a uxilio

los impostores; y ya desde los primeros siglos se f01jaron

las

recogniciones,

atribuid as á San Clemente, las actas ele

San Silvestre, del Sínodo ele Sinuesa,

y

otros muchos docu–

mentos á toda luz apócrifos.

E n uno de los cánones lla–

mados

apostólicos

eran castigados los que hubiesen com–

pu esto y publicad o libros fa lsos.

F uera de estos imposto–

res había otro que trabaj aba en las tinieblas. una coleccion

de epístolas, bajo los nombres respetables de antiguos

y

Santos Pontífices, y este impostor ha sido llamado

.fiel pia–

dose:

el se llamaba I sidoro

et pecador.

Y la Curia, ya que

no puede negar a hora la falsedad de dichas epístolas, ni

queriendo ser ing rata

[t

los beneficios que de ell as ha reci–

bido, sostiene, que no han introducido un a nueva disciplina,