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doro.

P ero es d e notar, que fund aba ta les sen!en ci;ts en

d ecretales apócrifas,

ó

en a uté nticas mal tral das á su pro"

p ósito; pues fu er on escritas para dife rente obj eto d e l que

se pro puso el compiladm·.

Por ej emplo, cuando cita un

ca pítulo d e l nocencio I . p ara co nvencer , "q ue todos 'd eb en

observar, lo qu e observa la I glesia roma na," d ebió advertir,

que dich as palabras fuéron dirijidas á I g lesias, que ha bi en–

do sido fund ad as por la Iglesia de Roma,

y

recibiendo del

l?apa sus obispos la con sagracion, d ebía n r e cibir tamhien,

segun la práctica d e ese tiempo, las reglas d e l a di sciplina.

E l propio Graciano h a insertad o 'cá nones .e n que es reco–

mendada la

cost um.b·re,

y

hecho que le preste home naj e una

decretal apócrifa, donde "es alabada la costumbre que nada

tiene contra•1a

fé ."

P or lo que h ace á las auver tencias que el Papa B e ne –

dicto h acía á los obispos, ellas s u ponen qu e el P apa sea le–

j islad or de la I g lesia,

y

qu e los obj etos so bre que se ver sa

su p otesta d lejisla tiva, sean mas de los necesa rio s para con –

servar la unirl ad : ele uno

y

otro hemos tra ta do en la diserta–

cion anterior.

N

o parece racional ni cristiano, qu movida

cuestion entre el Papa

y

los O bispos, que dára ella decidida

po1· u n golpe d e autoridad : mas racional

y

mas cris tia no se–

r ía esponer los fun damentos, sohre los cua les p ued a hacer–

se la d ebida sc paracion entre el poder del P rimad o

y

e l

episcopal.

N uestro J>ontífi ce adver tía

á

los obis pos, que podir. ha–

b er culpa en su mal mod o de p edir, aun cua nd o hubiese

:i

usticia en la s ustancia. Y ¿qu ién dirá á las ig lesias, que la

culpa, verd ad era ó creída d e sus pastores, no ap arte d e

e llas la gracia pontificia de la ese ncion ó di sp ensa, ni les

h aga sentir tod o el p eso d e una constitucio n perjudicial?'

lo que sería castigar á las ig lesias,

ó

privarl as ·d e un bien sin

culpa suya.

Por otra parte, los oficiales <le Roma no ¡me–

den pon er al Romano Pontífice e n estado cabal d e conocer

lo que verdaderamente p asa en ig lesias re tirad as; pues e llos

mismos no lo están ni puede n esta rlo,

á

causa de que las r e–

g las d e sus juicios se h allan much a s veces en contra diccion

con los intereses de esas ig lesias,

y

los d erechos d e sus o bis–

pos.

P a ra evitar todos estos inconven ientes, es ind ispensa–

ble poner un remedio rad ical, d isting u iend o

los asuntos

connrnes

de lo

p 1·opios,

y

resp etar las c'ostumbrcs d e ' las