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pontífice P'btecle y debe reconciliarse y transígir con
elprogreso, el
liberalisn~o
y la civi1izacíon ?noder–
na.
»
La condenacion de este principio marca
perfectamente las tendencias de la Iglesia actual
y
su perfecta incompatibilidad con las tendencias de los
paises que, como la República arg·entina, aspiran
á
incorporarse en el gran 1novüniento civilizador del
siglo ; n1ovimiento cuyo rn1nbo claro y definido es
hácia la independencia completa de las sociedades
civiles, de toda inflnencia teocrática.
127.--No se crea que al de1nostrar esta ten–
dencia contradictoria hacemos una interpretacion
antojadiza de las doctrinas de la Iglesia. . Es el
juicio que han fonnado de ella muchos
y
1nuy ilus–
trados funci-onarios de la 1nis1na.
N
os limitare1nos
á
citar, entre otros, al doctor Maning arzobispo
de
W
estminster, el cual en un discurso pro–
nunciado en su catedral, en OctuLre de
1869,
c01nentando la última de las proposiciones que deja–
mos trascrita, decia:
«
Eln1undo, unas veces con
gran cortesía, otras veces con 1nal disimulado enojo
y
otras con a1nenazas) invita al pontífice romano
á reconeiliarse con elliberalis1no, c:on ese progreso,
con esa civilizaeion. Nadie puede n1aravillarse
de que el Papa responda:
N
o, no puedo hacerlo .
V
uestro
progre.soquiere el divorcio; yo defiendo
el matrünonio cristiano.
V
uestro progreso quiere
una educacion profana, yo
la
quiero
cristiana.
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