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duales, no hay tampoco re pecto de ellos solución legíti –
ma y provechosa, fu era de la que da la R elig ión Católi–
ca, que se propone, es cierto, como fi n principal la feli–
cidad eterna del indi vidu o, pero que, por eso mismo. tie–
ne que tener e n cuenta la temporal, y el bien de la so–
ciedad en la cual vive.
Y por lo que respecta al Arte, ¿quién ha inspirado esos
ge nios que se llama n el Dante, el T asso , Mil ton ; Mig uel
Angel, R afael, Velásquez; Benvenuto Cellini; P alestrira,
Mozart, Haydn, R ossini, y muchos otros más que sería
prolijo enum erar?
La prensa no Ca tólica comprende dos va ri edades prin–
cipales: la netamente anti-católica, y esta es, an te todo,
la inspirada por las L ogias, y
derr.á~
sociedades secretas
del mismo género;
y
la prensa racionalista ó li beral. que
abraza, puede deci rse, ta ntas variedades como indivi–
duos: carácter propio del error. La primera es intra n i–
ge nte: nada bueno hay en el Ca tolici ·mo:
y
quisiera des–
truirlo si pudiera; la segun da no lo es ta nto; afecta im–
parcialidad, y hasta razones; mas, nadie, ni ella misma,
sabe si mañana será de la mi ma opinión que hoy: es
prensa ver átil y sin criterio fij o. P ero hay un a vari edad
de ella muy perni ciosa: la q ue fomenta la duda de las
verdades más necesarias a l individuo como á la socie–
dad, é incita a l egoismo.-En gene ral, la prensa no Ca–
rólica destruye, no edifica; es demoledora por in tinto,
por sistema y por impotencia,
y
rodea de ti nieblas al hom–
bre.
¿
i de dónde le podría ven ir la luz? E s posible que
la pródicra
aturaleza, haya dotado de talento
y
de un a
sensibilidad más ó menos delicada á ciertos escritores;
pero sus pasiones,
y
principalmente el orgullo, han he–
cho su inteligencia impenetra ble á la verdad, y a penas
si llega hasta ella un o qu e otro rayo de luz fosforescente.
La sensibil idad pronto desaparece: como se escapa de
una bella redoma, abierta y expuesta á sol abrasador, los
restos de un delicado perfume en ella contenido.
E l poder de la prensa es inmenso: como que por ella,
la energía intelectual, la verdadera energía, despierta é
incita
á
la acción á las demá
inteligencia~.
L as energ ías físicas que tanto nos asomhra n, y que en
último análisis se redu cen á movim iento, suponiendo és–
te necesariamente una causa, deben considerarse como