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cla de error, ya que no tenemos una Universidad Cató–
lica, como tienen otras naciones. Es además necesario,
fornen tar las industrias.
y
dirigir el sen ti miento estético
de la juventud, enseñándola
y
dándola á gustar la be–
llezas
y
sublimidad que encierran las obras de los genios
del Arte
cri~tiano.
Todos debemos contribuir, lo más
pronto posible, á que se llene tan imperioc;a necesidad.
Antes de concluir. sei'ialaré,
señor,~s.
rápidamente, los
principales errores que la prensa católica tiene forzosa–
mente que combatir. Prestadme, por un momento más,
vuestra atención .
III
La observación contínua del hombre, de la sociedad
y
de la Naturaleza e:1 general. en todas sus partes. bajo
todos sus aspectos
y
en todas sus relaciones es lo que ca–
racteriza la actividad del espíritu humano durante el si–
glo actual.
Las ciencias físico-químicas
y
naturales han con tribui –
do poderosamente con sus múltiples
y
útiles
inv~.ntos
al
engrandecimiento
y
bienestar de las naciones. El vapor,
el telégrafo
y
teléfono que acortan
y
aun su primen las
distancias; el fonógrafo que permite recoger
y
perpetuar
la voz humana; el admirable arte de Oaguerre que tanta
perfección ha alcanzado en el día,
y
con el cual se pue–
de sorprender la marcha rápida del tern ble rayo que sur–
ca las nubes; esa prepotente electricidad que hoy obede–
ce dócil los mandatos del hombre, recogiendo
y
conser–
vando sumisa la gran potencia viva de las cataratas del
Niágara, .para distribuir esa fuerza donde fuere menes–
ter,
y
producir por ella
ya
luz, ya calor, ya movimiento,
adaptándola, así,
á
las exigencias de la vida actual;
y
otros muchos
y
asombrosos descubrimientos de la cien–
cia contemporánea manifiestan, de un modo brillante, el
g ran progreso de nuestro siglo
y
el inmenso poder de la
energía intelectual. Empero, por lo que respecta á las
ciencias morales, hay mucho que lamentar:
y
el adelan–
to, si es que existe, está ámpliamente compensado por la
innumerable multitud de funestos errores
y
la marcadí–
sima tendencia á volver á las costumbres paganas. El
mundo moral no puede subsisti r sin orden;
y
éste es im–
posible donde no hay unidad ni concierto. Si la ciencia,
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