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admirable; la seráfi ca doctora, T ere a d e Jesús; Rosa de
Sa nta ;'via ría, predilecta esposa del Cordero inmaculado;
y
mil
y
mil más que pu ebl<1 n las celestes alturas,
y
cu–
yas almas, j unto con las de más que reinan
y
reinarán
etern ame nte con C risto
., son
y
erá n por siempre
como: un a in fi nidad de dul císimas, magn íficas
y
divinas
melodías, sublime é inefablemente a rm onizadas, en la
E tern a Armonía.
L a idolatría, que no ha nacido de un error intelec–
tual, no puede ser combatida efi cazmen te por otros me–
dios que el milagro
y
el ejemplo: de modo que lo sobre–
natural abun da en esos tiempos de giga ntesca lucha con–
tra el Geni o del mal
y
las
pa~;io n es.
U na vez que se estableció la paz, apa recieron esos cen–
tros de luz, de perfección cristiana, ele asi lo del débil, re–
fugio de la virtud
y
úni ca esperanza de los desgraciados:
h ablo d e los conventos.
in ellos, ¿qué hubiera sido de
la C ivilización Europea? Allí se refu gió la C iencia horro–
rizada del atentado d e Omar!
¡Y cuánto trabajo, c uánta persevera ncia para copiar
y
resta urar los antiguos pergaminos. como para conservar- ·
losé impedir su destrucción! Y, cuando se con idera
esos o-enios asombrosos d e la eclacl media, con tanta cien–
cia, adquirida con ta nto esfu erzo, el alma e indigna al
ver la injusti cia con
la cual ig norantes pretenciosos se
imaginan denig rar ideas
y
obras que ni siquiera entien–
den.
n
Pero iba á llegar el tiempo en que el espíritu de in ·
vestigació n
y
el g usto por las ideas paganas, exigirían un
medi o pronto
y
rá pido d e espa rcir la verdad, como ig ual–
mente ele oponerse con energía
y
eficacia á los errores
voluntarios ó involuntarios que el orgullo
y
la malicia
iban á adu cir contra la en señan za católica
y
la cátedra
ele Pedro;
y
Dios, que nunca abandona á su Ig lesia, dis–
puso el descubrimiento de la imprenta.
E ra á mediados del sig lo XV. Existía en Mag uncia
un joven rico, noble (
1)
y
derrochador, que había, libe–
ralmente. hecho circular la fortuna que heredara de sus
paclres. T enía una afición desmedida á los manuscritos.
(1) De la noble ca5a de los Sulgeloch (Cantú)