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ría á los fieles su piedad; mas, llegado al trono Constan–
tino el Grande, entró la Iglesia á gozar de los derechos
civiles que les correc;pondían
y
entre ellos de la facultad
de adquirir herencias y legados.
e establecieron los diez–
mos; se le declaró con derecho á heredar los bienes de
los fieles que ab razaban la vida monacal
y
asimism o de
los clérigos que morían sin herederos legíti mos;
y
más
qu e todo, la pieJad de los nobles enriqueció bien pronto
los monaste rios
y
las iglesias con cuantioso bienes, así
muebl es como inmuebles, pues viendo regenerarse la so–
ciedad con las nuevas y santas doctrinas, amaban
y
re–
verenciaban
á
la lg le ia como madre
y
maestra.
Andando los tiempos comenzó
á
mirarst-: con preven–
ción esas riquezas de que disponía la Iglesia con perfec–
to derecho,
y
que empleaba en la edificación de esos so–
berbios monumentos, regias
y
magestuosas ca tedrales,
que, esparcidas en la
diversas ciudades de Europa, son
hoy mismo la admiración de los artistas
y
el orgullo de
las naciones que las poseen.
Los Monasteri os, las Abadías
y
los Conventos, alber–
gues solitari os, asilos santos de la ciencia
y
de un asce–
ticismo pasmoso, fueron el útil }
1
piadoso objeto del em–
pleo de enormes capitales, con los que respondía la Ig le–
sia al espíritu de religiosidad de esas épocas. cumpliendo
también con la general voluntad de los donantes. Las
empresas útiles á la humanidad
y
á la religión, como las
Cruzadas, los asilos de beneficencia
y
de caridad cristia–
na consumían igualmente la enormes rentas.
L os fundadores
y
propagadores de la vida monástica
sembraron por todas partes la Europa de claustros, mo–
nasterios y hospitales donde se ocul taban miles de hom–
bres que escapaban de las calamidades del ha mbre, de la
miseria
y
de la g uerra, tan comunes en aq uellos oscuros
siglos y en donde los piadosos monjes gua rdaban la cien–
cia, cultivaban los cam pos, asilaban peregrinos
y
cuida–
ban á los apestados
r
á los gafos
y
leprosos.
1
Ias, como hemos dicho, vióse en la acumulación de
esa riqueza un peligro para la sociedad civil, juzgándose
q ue debla ponérsele trabas, pues. que, se decía, iba aca–
bando con el patrimonio de los legos, é impedía la ma–
yor circulación de los capitales por el hecho de no ena–
jenarlos las iglesias. i\Iirába e también esa acumulación