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las leyes, las ciencias

y

las artes. Sus enseñanzas siem–

pre benéficas fueron la luz brillantísima que iluminó á

esas nacientes sociedades hasta llevarlas á la cúspide de

la civilización y del orden.

Ella salvó en el encierro de sus claustros los precio–

sos tesoros de las ciencias; ella comunicó

á

los hombres

las verdaderas nociones de la confraternidad universal,

predicando la igualdad de origen del linaje humano, y la

caridad; ella llevó, por medio de los abnegados discípu–

los de Cristo, la antorcha de la civilización hasta los úl–

timos confines de la tierra, recibiendo á cada paso esos

e forzados varones, el martirio y los más crueles supli–

cios; ella ha protegido

y

defendido en toda época las be–

néficas

y

grandiosas empresas, siempre que descubría en

éstas el bien de los hombres

y

el verdadero adelanto de

la civilización cristiana.

La Iglesia Católica e ennoblecedora de las facultades

del hombre, pues enseña

el

predominio que debe ejer–

cer la parte espiritual sobre la material de nuestro orga–

nismo,

y

mediante ese predc•minio dt>l espíritu, que lo

lleva á regiones inmortale , se halla el hombre mejor dis–

puesto para obrar el bien y soportar con valor los con–

trastes de la vida.

La supremacía del alma sobre el cuerpo, dirige hacia

el bien á esa soberana del espíritu: la libertad;

y

así la

posibilidad de hacer el mal se encuentra contrarrestada

por el amor á la virtud que el cristianismo enseña.

Por esto es que la Iglesia Católica, aunque proclaman–

do la libertad como atributo del hombre, esa preciosa li–

bertad que nos hace árbitros de nuestro destino, ha en–

señado que la libertad, obediente á la razón

y

á

la mo–

ral, debe llevarnos á la práctica del bien, condenando la

que nos conduce al mal

y

nos aparta de nuestros inmor–

tales fines.

El hombre, por el contrario, con la ceo-uedad propia

del incauto que mira con ansiedad aquello mismo que

deleitándole un momento le dará la muerte, ha querido

la libertad sin trabas,

y

no conformándose con el libre

albedrío, ó facultad de resolver e, ha proclamado en ab–

soluto la libertad del pensamiento;

y

de allí esa lucha

eterna entre las enseñanzas de la Iglesia, que nos guían

á la posesión de la verdad, y los hombres, y las potesta-