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,64

Tn!.UDO PRIMERO

tario

y

propósito de volver al vómito en estando para ello. Cogióme

en esto la muerte

y

c~ndenéme:

no digas · misa por mí, que no

tengo remedio, porque en el infienio no le hay. Ahora le tienes tú,

no le pierdas, que permitirá Dios que te olvides de tí

y

de tu alma

con la muerte, pues tanto te olvidas de él en la vida. Vuelve en tí

por la sangre de Dios, teme su justicia, que no hay tal valor como

temerla, ni mayor temeridad que despreciarla. Ama su misericor–

dia, que te

con~itla,

que te espera, que te provoca. Poco ha que

mmió el otro que vivió como tú vives, y aunque se estaba murien–

do, le veian totlos y se lo decian, jamás lo creyó, ni le abrió

Dios los ojos, para que viese como se moria ,

y

siquiera en aquel

punto se volviese á Dios, de quien estuvo tan olvidado toda la

vida, y con el mismo olvido le cogió la muerte temporal, á quien

sucedió la eterna , que quien ciegamente vive, ciegamente muere.

¿Estás todavía terco? Dios te mueva y ablande con lo siguiente.

Considera qne ves á un hombre loco de puro apasionatlo, y rendido

á

sus vicios, ·vueltas las espaltlas

á

Jesucristo, y que dice á voces:

Seguro estoy, natlie me ve, las tinieblas me encubren, y las pare–

~es

me guartlan, no hay que temer, pues el Altísimo

no

verá, ni

acordará de mis vicios, y cuando los vea, no se me da nada·, que

mas aprecio mis ganancias ilícitas, mas mis torpezas, mas mi ven–

ganza y·honra, que cuanto me puede dar Dios; ya no hago caso

de su ley; ya no quiero la amistad de Jesucristo; yo parto mano

de sus merecimientos y de los trabajos y tormentos que en vida

y

muerte padeció por mi; de hoy en adelante he de ser su enemigo

capital; he de beberle la sangre y quitarle si puetlo la vida; no

quiero su gloria, hástame la que yo me tengo en hacer mis gustos,

aunque él reciba de ellos cien mil disgustos. A estos doy mi cora–

zon, á estos mi alma,

á

estos me dedico,

y

á estos me consagro.

¿Has oido estas blasfemias? Han te causado horror? Sí habrán, se–

gun son de horribles; sábete que tú las dices, sino con la boca,

con las obras, cuando te resuelves

á

estarte en tus pecados como

te estás, y á ser enemigo declarado de Dios, y po1· el consiguiente

de su Madre Santísima, que ruega por

á

su Hijo, del Angel de

tu guarda,

á

quien tiene lastimado tu pertinacia,

y

no deja de