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3~

TRATADO PRIMERO

cia ( l),

y

dáraosle por nuestro Redentor;

y

en cuanto es contra Dios

humanado~

es mayor tu pecado que el de los ángeles malos, porque

él le crucifica, le pisa, le huella. ¡Oh grave y enorme oíensa, que

pide tan grave

é

infinita recompensa

! ¡

Oh raro

y

costoso remedio

que cuesta sangre y vida de Dios! ¿Quién se atreve

á

·cometer un

pecado mortal que á Jesucristo le costó tan caro? Aborrece, ¡oh

alma mia

!

el pecado , como lo aborreció san Anselmo , de quien se

cuenta en su vida que solía decir:

ce

Si yo viera visiblemente poi·

una parte la gravedad y ho rror de un pecado mortal,

y

por otra

parte el infierno

ab~erto,

y por fuerza hubiera de escoger una de

dos, ó

p~cat·

mortalmente,

ó

·penar eternamente, primero elegiria el

infierno que el pecado,

y

quisiera mas sin culpa grave padecer etet·–

na pena en el infierno, que con ella reinar para siempre en el cielo.>>

Aborrece, pues, el _pecado que tantos daños te hace y tanto des–

agrada

á

Dios, en cuya presencia has cometido tantos, provocán–

dole con ellos á enojo , asco y vómito

(2)

,

porque sus ojos son tan

limpios, que no pueden sin asco mirar la culpa , y su corazon tan

puro (5), que le hace tlar arcarlas la maldad; llora con grandísimo

<lolor y sentimiento la pérdida de joya tan escelente y preciosa co–

mo es la divina gracia; porque si mueren de pena los que pierden

la gracia del rey, ¿que dehes tú hacer habiendo perdido la de Dios,

sin cnyo concurso no

pnede~

ver, ni oir, ni hablar , ni menear pie

ui mano, ni querer, ni pensar, ni en tender, ni hacer otra alguna

accion? Y cuando pecas, te ayudas de su omnipotencia para olen–

derle. Procura un sentimiento tan grancle, que tengas ódio y enfa–

do de tu mala vida, miedo y pavor de volver otra vez al pecado,

tristeza suma Je haber·ca ido en él

y

agonía para alcanzar la gracia

de Dios. Teme los misrrables efectos de la culpa por set· contraria

á

Dios: Teme (4) dice san Bernardo, teme, alma mia, el rostro

del Juez,

á

q11i1m temen las potestades tlel cielo; teme la ira del

Omnipotente, la faz de su furor, el estruendo y ruido d-cl mundo

que ha de perecer, el fu ego que le ha de abrasar, la voz del Ar–

cangcl,

y

la palabra asperísima de la sentencia final; teme los

(1)

A.d Heb. 5.-

(2) A.bacuc. '2.-(3) Apoc . 3.

-(4)

Seno. 16. in Cant.