'28
TRA.ThDO PRIMRRO.
car por cosa ninguna,
y
con esperanza firme de alcanzar perdoDJ]e
todas sus culpas. Esta verdadera·
y
perfecta contricion pone al pe–
cador en gracia de Dios, aunque haya cometido los mayores peca–
dos que se pueden imaginar
1
y
le alcanza penlon de ellos luego,
aun antes que los confiese, en diciendo de todo corazon: Señor,
pequé contra tí, como se lo alcanzó al rPy David y
á
1\Janasés;
y
si
muriese sin confesar sus pecados por no poder, se sal varia. Y tal
podria ser este dolor, que se los perdonase Dios
á
culpa y pena,
como
á
san Pedro y
á
la
JH:igdalena, y que se fuese al ·cielo dere–
cho sin pasar por el purgatorio. Pidámoslc, pues, á nuestro Set'ior
aborrecimiento del pecado con toda humildail é
ins~ancia,
porque
asi como nadie puede amar
á
Dios sobre todas las cosas si no es
ayudado de él, así tampoco puede dolerse del pecado, ni abone–
cerle como dche, sin especial ayuda de nuestro Señor, y darála
por su bondad infinita al que considedre con viva fe y ate11cion su
malicia y gravedad. l\Ias porque (como dice san Gregorio) no se da
la gracia de la contricion si primero no se co11oce la gravedad y ma–
licia del pecado mortal, te la pondré delante Je los ojos con toda
brevedad.
CAPITULO H.
IUOTIVOS PAHA AilOilRECEH EL PECADO l\IOilTAL.
A este dolor y ahorr ecimiento del pecado nos debe mover el
consi<lcrnr (como di ce F ilon) que él
(1)
es un mal infinito, un fue–
go que una vez ence11Llido no hay potencia qae lo p11e1la apagar si
no es la poderosa mano de Dios, y esto por u11a virtud y gracia
si ngul nr,
y
por
Utl
perJon y prÍ\'il cgio gracioso de <¡lle el quiere
usar con el hombre, justiGdndolo, per<lonánt.lolo, sa nándolo, re–
sucitán<lolo milagrosamente; Li.111l o, r¡u c t.lice sa n Ag11stin y sa11Lo
Toma· ,
que es mas necesa ri a la ornnipol('ucia Je Dio:; para rcs11ci–
tar un a üuima muerta por el pecado mortal, que para crn1r, como