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SENOR NUESTRO.

22r

era la razon la que gobernaba al hombre; la carne era

la única á quien se escuchaba, y todo se hacia al arbitrio

de las pasiones.

En este estado estaban las cosas cuando Jesucristo for–

mó el designio de purgar el entendimiento humano de to–

dos los errores, y el corazon de toda corrupcion, congre–

gando todos los hombres en una sola Iglesia, y no toleran-

do en el mundo sino una sola religion. Este, sin duda, era

'7

un gran designio, dice un gran siervo de Dios; pero sería

mucho n1as fácil hacer hablar un mismo lenguage

á

to–

das las naciones,

y

ponerlas todas baxo la obediencia de un

mismo monarca, por tener los pueblos naturalmente mas

apego

á

la religion que han recibido de sus padres, que

á

su lengua ó

á

su forma de gobierno.

i

Pero por qué medio se propone el Salvador del mun–

do executar su

proyecto~

iCompondrá su nueva ley de la

ruina de todas las ótras,

ó

á.

lo ménos encontrará algun ses–

go para concordarlas? De ningun modo, la religion que es–

te nuevo Legislador quiere establecer, reprueba y arruina

hasta los fundamentos de todas las demas religiones; el mo–

do con que pretende reunir los espíritus, no es concordando

las opiniones, sino echándolas por tierra y condenándolas

todas.¡ Qué empresa, al parecer, mas quimér ica! Alomé-·

nos es necesario que la doctrina que quiere insinuar en 'to–

dos los espíritus sea sumamente plausible; y que la regla

de costumbres que quiere hacer universal lisonjee extraor–

dinariamente la concupiscencia y los sentidos. Será todo lo

contrario; nada hay en el mundo mas sobre la razon huma–

na, nada parece

á

primera vista mas opuesto

á

esta ra–

zon, nada que sea efectiva1nente mas contrario

á

los senti–

dos que su doctrina: es esta una teología que es sobre toda

inteligencia humana: es una moral que parece sobrepujar

á

todas las fuerzas de la naturaleza: que condena todas las

inclinaciones del amor propio, y los menores movimientos

desordenados de las pasiones; misterios inefables de la

Tri–

nidad, de la Encarnacion, de la Eucaristía; máximas pu–

ras, santas, pero incómodas., á cuya sola vista se asustan

todos los sentidos. ¡Qué prodigio si estas verdades incom–

prensibles, si esta ley tan difícil, si esta religion tan so–

brenatural, si esta doctrina tan extraordinaria, propuesta

desnudamente sin arte, sin elocuencia, sin aparato vinie-

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