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i7~
VIDA DE
CRISTO
te de Jesucristo, significa que esta muerte abrió el cielo
~
todos los hombres: que ya
no
hay velo que nos oculte
los misterios; que todas las figuras de la ley antigua ha11
pasado,
y
que ya no queda sino la verdad patente y des–
nuda. Este rasgarse el velo daba tambien
á
entender que
se babia roto la antigua alianza que Dios babia contraido
con el pueblo judáico: que ya no babia santuario
en
aquel
templo; que Dios ya no reconocía al pueblo judáico por su
solo pueblo; que para con Dios ya no babia aceptacion de
personas, y que en
adelant~
todos los pueblos judíos
y
gentiles, escitas, griegos
y
romanos podrian entrar en
el santuario; porque h'lbiendo muerto
J~sucri~to
por to–
dos los hombres. todos los hombres· hab1an sido hechos
el pueblo de Dios.
_
Un
tan grande golpe de prodigios
en el
cielo
y
en
la
tierra, tantas demostraciones de dolor, tantos gemidos, di–
gámoslo así de toda la naturaleza pasmada
Y.
sentida en
cierto modo al ver morir al Criador de todo, hizo impre–
sion en los espíritus de los que se halláron presentes
á
su
muerte. El Centurion que mandaba á los soldados, y todos
los que estaban con él, habiendo visto tantos prodigios, ex–
clamáron
(Luc.
23.):
Este hombre era verdaderamente jus–
to,
y
verdaderamente era hijo de Dios.
Toda la gente que
babia estado presente á este espectáculo, al considerar
lo
que acababa de suceder, se volvía á la ciudad llena de es–
panto y de confusion, hiriéndose el pecho, y sin _hablar pa–
labra, temiendo mucho que la muerte de aquel hombre
jus–
to habia de atraer bien presto las últimas calamidades so–
bre
~oda
la
na~ion.
Hubo algunas mugere,s devotas,
y-
el1-
tre otras Mana Magdalena, María, madre de Jacobo •el
Menor,
y
Salomé, muger del
Zebedeo, que se
resolviéron
á
quedarse en el lugar del suplicio desviadas de la
gente~
esperando que se desenclavase el cuerpo del Salvador, pa.
ra ver
el
parage en dónpe sería enterrado para.
ir
á tribu–
tarle
los
últimos obsequios haciéndole los funerales.