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~

SENOR

NUESTRO.

que invocaba

á

Elías,

y

dixéron: A Elías llama; esperemos

un poco á ver si viene á librarle. Entonces Jesus dixo con

una voz clara

y

distinta:

Consummatum est (Joan.

19.):

Ya

está todo cumplido: la justicia divina está plenamente

satisfecha ; los oráculos de los profetas se han verificado;

se ha cumplido todo lo que la Escritura habia predicho;

ya está acabada y perfeccionada la obra de la redencio11;

ya están pagadas todas las deudas que los hombres han con–

tra ido con

Dios

;

y

ya no queda que hacer otra cosa, sino

gue éstos quieran aprovecharse del tesoro infinito de mis

tonnentos

y

del mérfro de mi muerte. Fínalmnente, incli–

n ',lndo Jesucr isto la cabeza,

y

dando un gran grito, excl a–

mó :

Padre .. en tus manos encomiendo

mi P.J:pl ritu.

En esto

se ve que el Salvador era dueño y árbitro de su vida,

y

que

disponia de

élla

á

su voluntadconformehabiadichoen otro

tiempo. En mi mano está el dar mi vida,

y

en mi mano

es~

tá el volverla á tomar. Dichas estas palabras, inclinó su ca-

beza, y entregó su espíritu.

·

A

este tiempo, ademas del eclipse total

y

milagroso del

sol, digo milagroso, porque el eclipse del sol no puede na -

turalmente suceder sino cuando la luna se encuentra di–

rectamente entre el sol y la tierra, lo que no puede suce–

der siuo en la luna nueva; en,lugar que en la luna llena, que

er~

precisamente cuando murió

el

Salvador, este planeta

estaba enteramente opuesto al sol, del cual estaba lo mas

apar tado que puede estar. Al tiempo, pues, que el Salva–

dor entregó su espíritu, ademas del eclipse milagroso del

sol que duraba tres horas babia, es á saber, desde el me–

diodia ., que fue cuando Jesucristo fue clavado en la cruz,

sucedió filno de los mas terribles terremotos que hubo ja–

más

eci

el

rmundo:

abriéronse las rocas, tompiéronse las

piedras,

-y

el velo del templo se rasgó en dos mitades des–

d e arriba

á

baxo.

Ha

·a

dos grandes velos en el templo, el úno delante

del sc¡ntuario,

y

el ótro mas adentro, á la entrada del

Sanc–

t a sanctorun,

adonde solo era permitido al sumo sacerdo–

te

entrar ,

y

esto una sola vez al año. Este último velo fué

el que se i asgó milagrosamente en la muerte del Salvador,

el que, como dice san Pablo

(Hebr.10.),

en

~alidad

de sumo

sacerdote

ó

pontífice, nos abrió la entrada del

Sancta sanc–

torum;

esto es, del cielo.

Este

rasgarse el velo

en

la

muer-