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_,
SENOR NUESTRO•.
§.
LXII.
La resurreccion gloriosa de Jesucristo.
Aunque las santas mugeres estaban impacientes por
ir
~
tributar
~
Jesucristo sus últimos obsequios, sin embar–
go se estuviéron quietas todo el sábado, que era di a de
fiesta
y
de descanso; pero lo mismo fue ponerse el sol,
es decir,
á
las seis de la tarde, tiempo en que se acaba–
ba la fiesta, que María Magdalena
y
sus compañeras fué–
ron á compr ar aromas para embalsamar el cuerpo del
Salvador.· La santa. impaciencia én que estaban de satis–
facer su devocion, hizo que partiesen de casa al amane–
cer, que era Ja mañana del ·sábado
E
egun el uso de los
judíos , entre los cuales el dia se componia de la tarde
y
de la mañana siguiente): saliéron, pues, de casa el do–
mingo por la mañana, el que se llamó desde entonces el
dia del Seño r, por haber resucitado en él el Salvador. En
el camino se d_ecian únas
á
ótras: ¿Quién nos quitará la
piedra que cierr.a la puerta del sepulcro, pues es tan pe–
sada, que muchos hombres apénas podian arrastrarla cuan–
do fue menes ter cerrar con élla el
sepulcro~
Pero 4-quién
ama verdaderamente
á
Dios, nada le parece imposible.
Por mas priesa que se diéron, no llegáron al sepulcro has–
ta despues de salido el sol. El Salvador babia ya salida
de él vivo, glorioso
y
triunfante,
y
se había ya aparecido
á
su madre , como se dirá mas abaxo
y
mas largamente
en la vida de la santísima Vírgen.
..
Se cree que fue .preci amense al
sal.irel
sol
cuando
este divino sol dt: justicia salió de las
tinieblas de
fa
muer–
t e, habiénd9se re ucitado él mismo por su propia virtud
al tercero dia, como lo babia predicho tantas veces du–
ra nte su vida. Fue, pues, en este tercer dia, que por eso
llamamos dia del Señor, cuando .el alma bienaventurada
de J esucri sto, que babia descendido á las partes inferio–
res de la tier ra (como habla san Pablo ,
y
que nosotros
llamamos el limbo) á sacar las almas de los Santos. que
aguardaban a1lí su venida, volvió
á
unirse
á '
su cuerpo;
y
habiéndole comunicado todos los dotes de los cuerpos