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SENOR NUESTRO.
119
bien
t ú
nos deshonras con estos baldones. Pero el Salvador
no por eso dexó de proseguir en decirles: ¡ Ay de vosotros
que imponeis
á
los ótros un yugo que vosotros no habeis
querido ni aun mover con la punta del dedo; y que no
entrando en el cielo., quereis c.errarles tambien la puerta
á
los ótros ! Reconvínoles tambien con que aquellos or–
natos magníficos con que enriquecian los sepulcros de los
profetas,
á
quienes sus padres habían quitado la vida, no
dexaban de ser señales de la aprobacion que daban
á
los
delitos de sus antepasados; pues persiguiendo á los que
les decian la verdad, mostraban claramente qne eran hi–
jos de los que habian quüado la vida
á
los profetas. Dió
fin á este razonamiento, diciéndoles
(Mat-th.
23.): Acabad
de llenar la medida de la iniquidad de vuestros padres.
Y añadió esta ter:ible ámenaza
:
Voy
á
enviara~
profetas,
sábios é intérpretes de la ley: mataréis
á
únos, crucifica–
réis
á
ótros;
á
ótros los azotaréis en vuestras sinagogas,
y
los perseguiréis de ciudad en ciudad para que recaiga
sobre vosotros toda la sangre inocente que ha sido derra–
mada por vuestros padres. En verdad os digo, que to–
do esto recaerá sobre el pueblo del dia de hoy. Levan–
tan to despues la voz , .exclamó: Jerusalen, Jerusalen, que
quitas la vida
á
los profetas,
y
apedreas
á
los que son en
viados á ti de parte del Señor; ¡cuántas, veces he querido
congregar tus hijos, como las gallinas juntan sus pollue–
los baxo sus .alas,
y
, nu has querido! ( Tómase aquí ' Jt:ru–
salen por toda la nacion judáica.) Veis aquí· que vuestra
casa se os va á dexar desierta; es decir, vuestra ciudad
y
vuestro templo van
á
ser presa de vuestros enemigos, los
que las convertirán en una horrorosa soledad.
'
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