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DESPUES DE

PE~TECOSTES.

3or

pondido

á

las primeras gracias! Id á los ca minos,

y

á

cuantos encontráreis , convidadlos á la boda. Dios nunca

pierde nada porque nosotros no aceptemos los favores

que nos ofrece:

Pote11s est

Deus

de lapidibus istis susci–

tare fitios

Abrahce:

De estas piedras , decia el Salvador

á

los judíos, puede Dios hacer que nazcan hijos de

Abrahan. No vivamos neciamente confiados en la santidad

de nuestros padres; porque si no los imitamos, solo ser–

virá para condenarnos;

y

cuando los primeros criados se

salen de su servicio , sabe Dios hallar otros nuevos mas

fieles que los antiguos. A los judíos arrojados cle Dios por

sus delitos les ba

suc~dido

otro pueblo, que por su fideli–

dad á la gracia ha venido á ser la ra za de Ab1:ahan,

y

el

pueblo de la nueva alianza. Dios manda

á

los apóstoles

que conviden á las bodas á cuantos encueatren. Para con

Dios no ha

y

aceptacion de personas ; quiere que todos

los hombres sean convidados

á

la salvacion , á la gracia

del evangelio. Los apóstoles, despues de haber protestado

contra la incredulidad de los judíos, se vuelven hácia los

gentiles,

y

llevan la salvacion con las luces de la fe hasta_

las extremidades del mundo. Cuando la lnglaterra

y

los

paises del Norte se hicieron indignos del reyno de Dios,

revelándose contra la lglesia, fue anunciado el evangelio

á

los pueblos del Oriente;

y

la Iglesia de Jesucristo

vió

ex–

tender e sus conquistas en las Indias , en el Canadá, en el

Japón

y

en la China.

La segunda parte de la parábola habla con los cristia–

nos, los cuales no deben de tal modo contar sobre la pre–

d ileccion

y

la bondad del Señor, que descuiden de sus

obligaciones,

y

de vivir en la inocencia. Por ser admitidos

en la sala del convite no somos mas fe1 ices, si compare–

cemos en élla sin el vestido de boda. 'El terrible castigo

de aquel convidado que fue arrojado de la sala , es una

gran leccion para todos los fieles. Ni la santidad del lugar

y

de la profesion, ni la abundancia de los socorros espiri–

tuales, ni los buenos exernplos nos aseguran un puesto en

la e ·rancia de los bienaventurados: no nos abroguemos las

virtudes agenas, la santidad es personal;

y

si no estamos

vestidos con el ve tido de boda: si no vivimos

y

morimos

en la inocencia, seremos arrojados de la sala

y

de la mesa

de las bodas para ser precipitados al infierno.