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DOMINGO DÉCIMO
bre de los fariseos, los antiguos cristianos ayunaban el
miércoles
y
el viernes; lo que todavía practican el di'a de
hoy muchas comunidades religiosas, y muchas personas
devotas , añadiendo á la abstinencia de carne del viernes
y
sábado , la del miércoles.
Y
o
doy
la décima de todos
mis bienes, continuaba el fariseo, no solo de los frutos
mas principales de la tierra, como está mandado por la
ley, sino tambien
doy
por supererogacion la décima de
la menta , del aneto , del comino , y de las legumbres
menores. Finalmente, me distingo de los <lemas hombres
por mi exacta probidad y hombría de bien.
i
Qué ha–
llais en esta odiosa ostentacion , dice san Agustín , que
tenga ni aun sombra de oracion y de súplica?
Quid ro–
gavérit Deum
,
qucere in verbis ejus
,
nihil invenies.
Vie–
ne á suplicar , y se alaba á sí mismo :
Noluit Deum ro–
gare
,
sed se laudare.
Esto mismo hacen todos los here–
ges: vana obstentacion de regularidad y de pretendida re–
forma , declamaciones orgullosas contra los abusos, eter–
nos lamentos sobre la relaxacion , censores inexorables
del género humano, pregoneros descarados de su pre–
tenqida justicia y de su secta. Nada se asemeja mas
á
un
fariseo que un herege: Ja misma soberbia, el mismo
ódio contra Jesucristo y sus verdaderos discípulos, el mis–
mo espíritu de error, el mismo descaro, la misma inhu.. -
manidad hay en éstos q e había en aquéllos.
El publicano del evangelio es de un caracter harto
distinto. Se
hab~a · quedado
á la entrada del átrio de los
judíos , no atreviéndose ni aun á levantar los ojos al cie–
lo ; y dándose golpes de pechos , el corazon contrito
y
humillado , no cesaba de repetir estas palabras : Señor,
tened misericordia de mí, que soy un tan gran pecador.
Esta señal del dolor de los pecados , y esta muestra de
penitencia qae se
da
golpeándose
el
pecho, no es ordi–
naria solamente
en
la Iglesia , lo era ya en la sinagoga,
como se ve por este pasage del evangelio. Este golpear–
se el pecho es
una
señal exterior de la contricion inte-
1·ior ,
y
de un vivo pesar y arrepentimiento. Veis
aquí
dos súplica. bien diferentes ; pero no fueron menos
di–
ferentes sus respeotivos efectos.
El
publicano, dice el Sal–
vador, se
fue
á su casa justificado. Dios que oye con tan–
to mas gusto
la
oracion de los humildes , cuanto mira