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DOMINGO DÉCIMO

de haberlo sido de envidia, por las enfermedades, y mu–

chas veces tambien por las flaquezas de una vejez anti–

cipada si viven largo tiempo. ¡Cuántos de

esos

grandes

hombres se han visto volverse niños aun antes de ser decré–

pitos! Parece que Dios gusta convencernos por

esos

exem·

plos tan frecuentes de lo mal que hacemos en envane–

cernos de una ciencia que se apaga, que se desvanece por

la descomposicion de una fibra; y sin embargo, ved aquí

lo que hace

tan

fieros á esos grandes genios , que jamás

saben conocerse por tan pequeños como son. La envidia

de los talentos es la mas delicada , la mas ciega ,

y

qui–

zá la mas difícil de curar: ninguna cosa ensorberbece tan–

to; y sin embargo, nada debiera humillarnos tanto como

esta enfermedad casi incurable.¡ Ridícula vanidad del hom·

bre, no humillarse al ver que no era sino polvo

y

ceni–

za, que ha sido formado de un poco de barro! ¡Qué ma–

yor locura que el que este barro, que debe cuanto e

á

la

mano omnipotente que le ha fabricado, se gloríe de las

ventajas que ha recibido de élla,

y

muchas veces quiera

robarle toda la gloria! Lo que nos da opinion y fama,

lo que nos d is tingue

de

los <lemas, todo es un puro do11

de Dios ;

y

el resplandor de los dones de Dios solo de–

be servirnos para hacer resaltar mas nue tras sombras.

Es verdad que el orgullo es siempre señal de un espíri–

tu apocado. La almas grandes, las per onas de mas dis–

tinguidó mérito son por lo comun mas humilde : solo esos

espíritus de cortos alcance<> están llenos de una fal sa es–

timacion de sí mismos.

El

orgullo humilla á cualquiera

que tiene bastantes luces para conocer

su

presuncion

y

·su

vanidad.

El

evangelio u del

cap.

1

8

de

san Lucar.

In

ilfo

tempore dixit J ems

En aquel tiempo d ixo Jesus

á

ad quQsdam qui in se confi-

algunos qu e con fi aban en sí mi -

debant tamquam j usti

,

et ar-

mos y desprecia ba n á los dem1s,

p ernahantctr cetero r,

p.1rabo!arn

esta parábola: Dos hombres fue–

irtam : D uo homines ascende-

ron al templo á ora r , el úno

fari –

runt in templum ut orarent:

seo, y el ótro publicano: el fari –

unus

pharis~us

,

et alter pu-

seo, presentándose , decia pa ra sí

blicanus. PharisteuJ 1tan1, htec

estas co;as : Oh Dios, te doy

gra–

apud se

orabat: D eus, gratiru

cias porque no soy como los de...