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DE CUARESMA.

12,1

r

qué puede toda la sabiduría humana contra la sabiduría di–

vina! Se ve que laintencion de e.

to,

p ' rlldosera armar un

lazo al Salvador, no dudando que en su respue ta tendrían

bastante materia para calumniarlo; pero lo insensa tos las

habían con un hombre D io , que penetrando el fondo de

los C\)razones , sabia muy bien cómo habia de confundir–

los.

Je ~ us

se baxó ; y como qui en no oía la acu acion, se

puso

á

escribir con el dedo en la tierra. San Ambrosio pa–

rece cree que escribía algmrn sen tenc ia de la E c ritura ca–

paz de cubrir de confusio n á sus acu adores. San Geróni–

mo, y otros muchos intérp retes creen que lo que el Sal–

vador escribía hacia patentes á los delatores los pecados

de que eran culpables; pero ea frn, como éllos persistiesen

en pedirle respuesta, se levantó, se volvió hácia éllo ,

y

les tapó

á

todos la boca con estas palabras: Aquel de vos–

otros que está sin pecado, tírele el primero la piedra . No

quiso decir Jesucri sto que debe estar exento de pecado el

que ha de casti gar leg ítimamente el delito ageno! solo pre·

tende con esta respuesta reducir

á

los fariseos á la necesi–

dad,

ó

de declararse inocentes y fuera de toda repren–

sion contra el testimonio de su codicia, ó de usar con es ta

muger de la misma clemencia, de que solicitaban hacer un

delito al Salvador. Quizá eran éllos reos del mismo delito,

cuyo castigo solicitaban, y que el Hijo de Dios,

á

quien era

patente el fondo de su conciencia, les echaba en cara táci·

tamente con lo que escribía en la tierra. En efecto, se ba·

xó otra vez el Señor para continuar en escribir lo que ba–

bia comenzado; pero aquellos capciosos acusado res no pu·

diendo su(rir mas tiempo su presencia, se fu eron úno des·

pues de ótro sin decir palabra, empezando por los masan–

cianos, como que eran los mas culpables;

y

en un insta n–

te desaparecieron todos, temiendo sin duda que Jesucris–

to revela ria sus torpezas, y les haria ver que eran mas cul·

pables éllos que la muger

á

quien acusaban. Levantándose

entonces el Salvador, dixo

á

la muger con aquella manse·

<lumbre que le era tan natural:

i

Dónde están los que te

acusaban '?

i

ninguno te ha

condenado~

Ninguno, Sefí ór,

respondió élla. Ni yo te condenaré, replicó el Salvador:

vete,

y

no vuelvas mas

á

pecar.

¡Cuán admirable es esta conducta del Salva-dor! ¡cuán

llena de consuelos

y

de instrucciones! Había dicho el Se-

.

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