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'205

SÁBADO TERCERO

seaban. Susana no tardó en entrar en su jardin, segun

tenia de costumbre, acompañada so1amente de dos don–

cellas que la servian. Como hacia calor, creyendo estar

sola, quiso bañarse, y mandó á las criadas fuesen á traer–

la aceyte

y

perfumes,

y

que cerraran la puerta. No bien

habian salido del jardin, cuando los dos infames viejos,

que estaban escondidos, corren á Susana, la que quedó

extrañamente sorprendida: la descubren su pasion,

y

la

solicitan fuertemente á que se rinda á sus infames deseos.

No habiendo podido hacerla consentir, la amenazan que

la perderán. Susana arroja un profundo suspiro,

y

eo.–

tre sus quejas y sus gemidos les dice: Por todas partes

no veo sino peligros

y

precipicios; porque si

~ago

lo que

vosotros deseais, doy muerte

á

mi alma por el pecado;

y

si no lo hago, no puedo escapar de vuestras manos,

y

e

toy

segura que he de ser apedreada como adúltera.

Pero en fin, mas vale morir

inocente, que vivir. cri–

minal: mas quiero caer en vuestras manos sin haber pe–

cado, que pecar á vista de un Dios,

á

quien amo

y

quiero servir. Habiendo dicho esto, da un grito, y los

viejos llenos de despecho gritaron mas fuertemente que

élla. El úno de éllos va corriendo á la puerta del jar–

din;

y

abriéndola, llama gente para que sirvan de testi–

gos. Los criados de la casa , oyendo voces en el jardín,

acuden á ver lo que es; pero quedan atónitos al oir de–

cir descaradamente

á

los dos viejos, qne acaban de sor–

prender á su señora en adulterio con un

j

' ven,

el

que

habiéndolos visto, babia echado

á

correr. Esta aventura

pasmó tanto mas á los domésticos, cuanro· miraban á su

señora como un modelo de virtud, cuya conducta habia

sido ha ta entonces irreprensible.

Toda la familia fue informada bien pronto de lo que

acababa de suceder: el marido, el padre

y

la madre

y

todos los parientes quedaron atónitos,

y

parecían unos

mármoles, y Susana no se justificaba sino con las lágri–

m~s.

Los acusadores eran dos magistrados respetables por

su edad, por su empleo, y por su opinion de rectitud y

entereza. El adulterio entre los judíos era un delito ca–

pital,

ca tigado siempre con pena de muerte, sin que fue–

se permirido interceder por el culpado. Como los dos jue-

es hacían

de denunciadores

y

de

testigos, el

proceso se