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SÁBADO TERCERO
seaban. Susana no tardó en entrar en su jardin, segun
tenia de costumbre, acompañada so1amente de dos don–
cellas que la servian. Como hacia calor, creyendo estar
sola, quiso bañarse, y mandó á las criadas fuesen á traer–
la aceyte
y
perfumes,
y
que cerraran la puerta. No bien
habian salido del jardin, cuando los dos infames viejos,
que estaban escondidos, corren á Susana, la que quedó
extrañamente sorprendida: la descubren su pasion,
y
la
solicitan fuertemente á que se rinda á sus infames deseos.
No habiendo podido hacerla consentir, la amenazan que
la perderán. Susana arroja un profundo suspiro,
y
eo.–
tre sus quejas y sus gemidos les dice: Por todas partes
no veo sino peligros
y
precipicios; porque si
~ago
lo que
vosotros deseais, doy muerte
á
mi alma por el pecado;
y
si no lo hago, no puedo escapar de vuestras manos,
y
e
toy
segura que he de ser apedreada como adúltera.
Pero en fin, mas vale morir
inocente, que vivir. cri–
minal: mas quiero caer en vuestras manos sin haber pe–
cado, que pecar á vista de un Dios,
á
quien amo
y
quiero servir. Habiendo dicho esto, da un grito, y los
viejos llenos de despecho gritaron mas fuertemente que
élla. El úno de éllos va corriendo á la puerta del jar–
din;
y
abriéndola, llama gente para que sirvan de testi–
gos. Los criados de la casa , oyendo voces en el jardín,
acuden á ver lo que es; pero quedan atónitos al oir de–
cir descaradamente
á
los dos viejos, qne acaban de sor–
prender á su señora en adulterio con un
j
' ven,
el
que
habiéndolos visto, babia echado
á
correr. Esta aventura
pasmó tanto mas á los domésticos, cuanro· miraban á su
señora como un modelo de virtud, cuya conducta habia
sido ha ta entonces irreprensible.
Toda la familia fue informada bien pronto de lo que
acababa de suceder: el marido, el padre
y
la madre
y
todos los parientes quedaron atónitos,
y
parecían unos
mármoles, y Susana no se justificaba sino con las lágri–
m~s.
Los acusadores eran dos magistrados respetables por
su edad, por su empleo, y por su opinion de rectitud y
entereza. El adulterio entre los judíos era un delito ca–
pital,
ca tigado siempre con pena de muerte, sin que fue–
se permirido interceder por el culpado. Como los dos jue-
es hacían
de denunciadores
y
de
testigos, el
proceso se