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DESPUES DE LA EPIFANÍA.

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s~car

de la meditacion de la muerte, uno de los prin–

ci pa1es

es el pen ar que cuando

~e

está en el momento de

morir, viene la sabiduría por decirlo así , de todos los

rincones del mundo

á

la cabecera del moribundo ; quie–

ro decir, cuantas criatura hay en el universo le predican

entónces la verdad con toda su pureza, sin rebozo, sin dis·

fraz;

y

le hacen ver sin mezcla y sin confusion, que no

hay

en esta vida cosa digna de un hombre, no digo cris–

tiano, pero racional, sino el amar á

Dios,

servirle y agrar

darle : que todo lo <lemas solo es vanidad y necedad: se

puede decir que todas las criaturas van á descubrirle su

nada y su miseria; que le predican que no hay extrava–

gancia mas insigne, que aficionarse y asirse en vida á otra

cosa que

á

Dios solo. En 'e to conviene el sentimiento co–

mun de las

e bien y el de lo malos. Todos con–

vienen entó

es en que ninguna cosa puede contentar nues·

tro corazon sino Dios; que no hay verdadera sabiduría,

verdadero mérito sino en el

ser~icio

de

Dios.

La muerte

quita la máscara á todos los objeto criados, y hace

r

el encanto y el disfraz. No hay punto de vista mas

llo que el lecho de: la muerte: desde allí se ve que el naci–

miento mas ilustre, que el puesto mas alto, que la digni·

dad mas vi tosa, que lo placeres mas lisonjeros, que los

mas ricos tesoro , que la prosperidad mas risueña, nada tie·

nen de sólido, nada que sea estable, nada que p

asa·

tisfacer: nombres grandes , brillo superficial,

opini

po–

pular, ideas arbitrarias de una felicidad imaginaria;

lo que hay de

mis

real en todo lo que encanta duran

a

vjda. Pero

á

la hora de la muerte, di ipadas toda la nie–

blas, pareciendo todas las criaturas sin máscara y sin co–

loridos, estando libres la razon

y

la religion, los mas liber–

tinos, los ma impíos piensan del mismo modo que los hom·

bres

de

bien; ¡pero qué efectos .tlan contrarios producen sus

conocimientos! E tos, lleno de agradecimiento

á

la bon·

dad divina, llenos de una dulce confianza en su misericor–

dia, están conten tos por haber vivido una vida cri tfana;

sienten un gozo muy puro por no haberse dexado deslum–

brar de tantos fal os

resplandore~;

al paso que aquéllos re–

conocen su extraña necedad, se abandonan

á

la rabia

y

á la

deses peracion , por haberse engañado tan groseramente ,

y

por haber tenido una vida tan contraria

á

la quedebiá tener.

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