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DESPUES DE PENTECOSTES.

33

predica que renunciemos

a

las aficiones

del

mundo que nos

s n

mas dulces;

hasta

decir

no',

que si no nos aborrecemos

a

no

otros mismos' no podemo ser discípulos

de

J esucris·

to. ¿Que decimos

a

esto? Segun este plan,

i

tiene Jesu...

cri to el dia de

hoy

muchos di

cípulos~

.

i

Que cosa mas loable, qué cosa mas justa que

amar

al

próximo~

Dios nos lo manda expresamente; sin embar–

go,

desde el punto que se trata de los intereses

de

Dios,

el

no

renunciar

al amor de la carne

y

de la sangJe, el no abor–

recerse

a

sí mismo , es renunciar , es negar

<l

Dios.

Si

algu–

no viene

a

mí (esta expresion encierra en sí todos. los es–

tados y condiciones de ·los cristiaaos ) ' y no aborrece a

su padre' l su m1dre, &c.

y

no se aborrece

a

si

mismo,

rv

puede ser mi discípulo. Ninguna cosa mas positiva, nin–

guna mas

clara.

Este oráculo no tiene necesidad de explica–

cion:

i

pero esta moral es muy de nuestro

gusto~ ~está

muy en uso el día de

hoy~

·

i

Los intereses de una familia ceden siempre

él

los debe–

res de la religion

~

i

Se cierran siempre los oidos

a

las v,o–

ces de la carn

y

de la sangre quando perjudican

a

la con–

ciencia~

i

En los n gocios, en los pasatiempos, en los pro–

yectos de empleo, de colocacion

y

de fortuna se consul–

'ta,

se oye solamente

a

Dios~-

i

No concurre alguna otra

cosa~

Cierto que Dios merece

bien

poco, si no merece

to<lo nuestro corazon. ¡Que impiedad poner el arca con

el ídolo de Dagon en el mismo templo, en el mismo al–

tar! ¡Que mal se componen, Dios mio, nuestras costum–

bres con nuestra fe

!

Creemos en vuestras palabras ,

y

no

hacemos nada de lo que significan : nuestras acciones des–

mienten visiblemente nuestra fe.

No permitais, Salvador mio, que está confesion solo

sirva para hacerme mas culpable: vos me

deds

que debo

aborrecerme

a

mí mismo

s1

quiero ser vuestro díscipulo;

yo

qui~ro

serlo, Señor,

y

quiero que mi conducta sea en

ad lante una prueba de

mi

sincera voluntad.

P U N T O S E G U

N

D O.

Considera en qué errror tan grosero

y

pernicioso es–

taria una persona, que oyendo estas palabras de jesucris–

to:

Si alguno viene

a

mi

,y

no aborrece

a

su

padre,

a

su

Tom.

V.

C

ma·