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DOMINGO TRECE

en una infinidad de

puntos de

moral.

Hizo

ver

a

los ju–

díos

que vivían

baxo la ley'

que

eran

p revaricadores;

finalmente,

les hizo esperar, pero no les dió el remedio

eficaz

a

sus males, ni

pud iéron

obtenerle sino por la fe

en

Jesucristo; no fué, pues, dada la anti

6

ua ley, colicluye

el santo apóstol' para ju ·tifi -._·ar

a

los hombres' sino par'a

dar les

a

conocer su fl..:lqm·za'

y

por este medio hac rles

'"mas bien

sentir

Ja necesidad que renian

de

la fe en

Je~u­

crisw su

Redentor

y

Me.iÍas, n@habiendo o tro mectio pa-

ra adquirir la creenc ia ,

j

o la fe en

Jesucri ~ to.

·

El evangelio de la mis<l de este dia contiene la

miJa–

grosa curacion de los diez leprosos; ,cuya historia es co–

rno se sigue:

El Salvador,

que

no hacia sino

bien

po

onde

iera

que pasa ba,

y

que obraba en todas partes muchos mi–

lagros'

yendo

a

J erusalen para ha!larse

en

la fiesta

de

la

dedicadon, pasó por medio de Samaria

y

Galilea;

y

al

~

entrar

en

una aldea vió venir

a

sí diez leprosos' los que

parándose

a

lo léjos, por prohibirles la ley tener comuni–

cacion con la <lemas gente, luego

que

le viéron, empe–

záron

a

gri'tar: Jesus' maestro nuest o' tened misericor–

dia de nosotros: luego que el Sal vador los vió, les dixo:

Id ,

mostráos

a

los sacerdotes.

La

ley

constituía

a

los

sacerdotes jueces de esta casta de

enfermedad:

a

ellos les

tocaba el declarai: si los que se les presentaban estabaa

inficionados de ella,

o

si estaban bien curados. Aquellos ·

que se conocia por los sacerdotes haber •curado perfe.cta•

·mente, ofrecian luego dos paxarillos,

y

ocho dias despues

dos

corderos

y

una

oveja;

y

si eran pobres, un

cordero

y

dos tórtolas. Enviando Jesucristo aquellos leprosos

él

lüS

SaCerdOteS' les daba

a

entelldPf

bastantemente

que

CU–

rarian

en

el camino ' pues n'o debían ir

a

pres.entarse

el

los sacerdotes '

sino

a

fin que éstos

declara~en

haber cura–

do,

y

para que no pudiesen dudar quién era el que los

en–

viaba viendo un milag ro tan patente.

Fácilmente cornprehendiéron los leprosos lo que

el

Salvador les decía;

y

así

sin

pararse

a

deliberar tomáron

el camino de Jerusal en, como si ya estuviesen enteramen–

te

l impios

de

su lepra. Una fe t an fi rme fué recompensáda

bien presto;

ues apénas se

pusiéron

en camino, quando

todos

se

h~lláron

perfectamente

sanos. El gozo

que

les

cau-